El pueblo esquimal vivía en circunstancias extremas, eso no hace falta decirlo, por lo que su vida consistía básicamente en trabajar duro para subsistir.
Los niños en los pueblos eran una bendición, pues indicaban que el futuro del poblado persistiría además de ser en pocos años mano de obra útil. Para ellos eran cualquier exceso de comida o de pieles que hubiera en el grupo, para asegurar su crecimiento y supervivencia.
Tanto hombres como mujeres se encargaban de tejer la ropa, cuidar la casa y cazar; se trataba de sobrevivir día a día. Su día a día era una cadena de producción para llegar vivos al día siguiente.
Por eso, cuando uno empezaba a ser mayor, enfermar o no valerse por sí mismo, lo mejor era quitarse de en medio y morirse. Así de radical y efectivo. El resto del poblado no podía encargarse de cuidar a los más desfavorecidos, como ya hemos dicho, por pura supervivencia del grupo.
La versión bonita y romántica que ha trascendido es que una vez llegado este momento de ser una carga para el grupo, los esquimales eran llevados hasta el mar y allí se les dejaba a la deriva sobre un iceberg, donde acababan muriendo congelados o de inanición (pero sin molestar).
Pues todo esto es mentira. Es una creencia basada en la novela y película Top of the World (1950-1955), donde unos soldados americanos son enviados a una base en Alaska debido a un ataque inmediato (y subversivo) de la U.R.S.S. y conviven con esquimales, claro.
En realidad los esquimales solían tener la suficiente comida y piel de reserva como para poder perder el tiempo en cuidar niños o ancianos, aunque tenían sus épocas de hambruna. Era entonces cuando cometían senicidio, infanticidio (especialmente con niñas) y eugenesia selectiva.
El gerontocidio solía practicarse arrojándose al mar, quedándose fuera para morir de frío, enterrarse vivos o morir de hambre.
En ningún caso perdían el tiempo en cortar un trozo de hielo, arrastrarlo a la orilla, montarse en él y empujarlo mar adentro.
Los esquimales creen que otro mundo espera a sus muertos, por lo que no envían a sus ancianos a morir y desaparecer, sino que les ponen en camino para pasar a la otra vida. Además, de esta manera el recuerdo que les queda de sus familiares es el de una persona “sana y viva”, sin tener que pasar por las desgracias de enfermedades, senilidad o debilidad corporal, se evitan ver la degradación que lleva a la muerte.
Como los –cidios incluso a ellos les parecían crueles y excesivos, cambiaron a una especie de homicidio pasivo en el que, o bien abandonaban a la persona en mitad de una zona desértica, o bien movían el campamento durante la noche para dejarlo solo. Si la persona volvía al campamento por su propio pie, es que aún seguía valiendo, si no, moriría en el intento. Si el grupo recuperaba inesperadamente la prosperidad de alimentos y pieles, volvían a por los familiares abandonados y los reacomodaban en los grupos. Sin acritud.
Aunque estas prácticas se llevaron a cabo, la que más se utilizaba era el “suicidio asistido”. Según sus creencias, la muerte por suicidio tal y como lo conocemos no era digna y llevaba a una vida en el Más Allá menos placentera. Así que los ancianos o enfermos podía pedir a un miembro de su familia que lo asesinara para dejar de ser una molestia o no sufrir más dolor. La persona elegida tenía que hacerlo sin vacilar.
El último aliento de la persona no puede ser dentro del iglú, ya que este se consideraría contaminado y deberían abandonar la casa. El enfermo, además, no debe salir por la puerta, sino por una ventana.
En el duelo, los hombres llorarán todas las mañanas y tardes durante una semana además de realizar rituales de purificación antes de poder volver a cazar.
A las mujeres se las consideran “inmundas” y no pueden mirar al cielo o al mar, ni al horizonte ni hablar más alto que un susurro.
Todos los familiares del muerto tienen que sacar sus pertenencias al aire libre para liberarlas de cualquier resto que quede del difunto.
Para asegurarse de que los muertos tengan una gran vida en el otro lado y ellos asegurarse buena caza y falta de maldiciones, los muertos son honrados con regalos y fiestas y a los recién nacidos se les pone su nombre ya que así creen que reciben las cualidades que el difunto tenía en vida.
Después era enterrado en una zona apartada del poblado, en el hielo. Las personas que trasladan el cuerpo se consideran contaminados y sólo el tiempo puede desinfectarlos.
Actualmente las poblaciones ya no son tan nómadas y la llegada del “mundo occidental” , incluyendo la religión católica, poco a poco ha ido cambiando estas costumbres y desde 1939 no se registra ningún caso de “–cidio” conocido.