El cementerio ideal de Teodoro Anasagasti

eodoro Anasagasti fue un arquitecto español, nacido en Bermeo, estudió Arquitectura en Madrid y asistió a clases de dibujo y pintura. 

Obtiene una beca para estudiar en la Academia de Bellas Artes de Roma, lo que le hace viajar mucho por Europa, en especial por Italia y Alemania, donde junto a su lápiz y cuaderno va tomando notas de los trabajos arquitectónicos que le llaman la atención. 

Y así es como genera en su imaginación el proyecto de lo que sería el “cementerio ideal”  y lo presenta en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1910. Gana en la sección de Arquitectura, aunque los jurados y expertos consideraban que también podía haberlo hecho en el de pintura, ya que presentó 13 bocetos de gran calidad y tamaño donde plasmaba ese cementerio utópico. 

Anasagasti situó su cementerio en una isla o en el extremo de un acantilado, donde el mar pudiese romper sus olas contra el muro; su cementerio estaba integrado en la naturaleza, no la naturaleza en él, huyendo de las formas decimonónicas que conocíamos hasta el momento, dotando al cementerio de una expresión propia; en este cementerio no prima la naturaleza en su interior mezclada con la piedra, dándole el toque romántico que todos tenemos en la cabeza; en el sueño de Teodoro, la naturaleza más abrupta envuelve a su majestuosa obra, aprovechando en él cualquier accidente geográfico. La arquitectura a pleno servicio de la naturaleza, no al revés.  

No nos presenta una necrópolis o ciudad de los muertos, Anasagasti proyecta un cementerio dedicado al dolor del vivo, un monumento solemne de grandes dimensiones como el vacío que provocan los que se van y que nos deja la incertidumbre de dónde irán los que ya no están, casi huyendo de cualquier expresión religiosa. Recordemos además que Anasagasti había viajado por varios países de Europa y vivía fuera de España, por lo que esa influencia que llevaba a lo clásico y comedido proporcionado por la iglesia católica no estaba tan presente en su mente como en la de otros arquitectos españoles. 

Sus bocetos están claramente influenciados por los pintores románticos alemanes, en especial por Friedrich y Bröcklin. 

En el cementerio ideal hay un muelle y un puente que unen esta isla de los muertos con la costa; en él sitúa un faro, que podemos ver de dos maneras: como el faro del fin del mundo o la “linterna de los muertos”, tradición de los cementerios celtas que también se puede ver en el cementerio de Brescia y que pudo servirle de inspiración. 

Este faro ilumina de noche a lo que él imaginó como la Torre del Dolor a cuyos pies estaría el Panteón de Hombres Ilustres. 

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Desde la puerta del cementerio, flanqueada por dos torres de claro corte secesionista como las que te invitan a entrar al Zentralfriedhof de Viena, se abre la calle de las Tumbas. Estas descansan a la sombra de los cipreses que decoran ambos lados de la avenida y que nos abriría el camino hacia el Templo del Dolor, el edificio principal del cementerio, que también albergaría sepulturas.

También imaginó los mausoleos dedicados a los personajes más importantes que allí pudieran yacer, como la Tumba de un poeta, la tumba de un héroe e incluso un monumento conmemorativo a una desgracia, como este dedicado a los náufragos de la mar. 

Los nombres elegidos, lejos de albergar alguna esperanza de resurrección evocan la desidia como este proyecto de “La fuente Triste” «La Torre del silencio» o la misma “Calle de las Tumbas”

Como ya he dicho su proyecto fue presentado una una manera tan espectacular que ganó la medalla de oro por delante del proyecto de restauración de la fachada de la catedral de Cuenca, lo que hizo que muchos se llevaran las manos a la cabeza. 

Presenta este mismo proyecto en Italia y en Panamá en 1916, y recibe premios en ambos concursos. En Italia compite contra el mismo Otto Wagner, el considerado padre del secesionismo vienés. 

Pero como ya os habréis dado cuenta, su proyecto de cementerio ideal cayó en el olvido, aunque no por completo porque igual os suena un monumento funerario descomunal incrustado en la piedra y coronado, en vez de por una torre, por la que dicen que es la cruz más grande de Europa. 

Aunque no pudimos disfrutar de su cementerio ideal, de Teodoro Anasagasti nos queda el recuerdo de esa utopía a través de la Hemeroteca de la BNE, y varios edificios en Madrid como el Teatro Pavón, el extinto y destruido Real Cinema y el edificio de Gran Vía 32, entre otros. 

Paloma Contreras