Rito funerario coreano: death beads

¿Y sí los participantes de El Juego del Calamar hubiesen muerto en condiciones normales y hubiesen podido tener un funeral a cambio de esos féretros tan chulos que usaban para cremarlos?

Vamos a conocer el rito funerario surcoreano, que mezcla tradición, comodidad y bolitas. 

La creencia surcoreana sobre la muerte está muy arraigada al confucianismo, aunque actualmente no sea la religión predominante: los fallecidos pasan de una vida a otra e incluso pueden influir en la vida de los vivos.

Los miembros de la familia tienen que honrar al difunto de la mejor manera posible para que este no se convierta en un fantasma errante o kaekkwi. Para ello se preparan honras funerarias que duran tres días y después se entierra.

Durante estos tres días el difunto es velado por sus familiares y amigos que no se mueven de su lado: comen, hablan, cenan y duermen allí. Cuanto más cercano al difunto seas, más tiempo tienes que quedarte velando el cuerpo. 

Según fallece, la familia llora para anunciar la muerte a la comunidad: a este acto se le llama kok y puede prolongarse hasta el entierro. El grito de dolor es «agi, agi» y quien ha fallecido es el padre y «oi, oi» si es otro familiar. 

El primer hijo o el primer nieto es el doliente principal y se le llama Sangju. Es el encargado de comprarle el traje al difunto y prepararlo en su ritual funerario: el cuerpo se lava con incienso, se cortan las uñas y se peina el cabello. 

Se coloca algodón en la boca y oídos, sobre los ojos monedas y en la boca arroz. Los cabellos que han quedado en el peine y las uñas cortadas se colocan dentro del féretro junto al cadáver. Al final se le viste con el suui, el tradicional traje funerario hecho de cáñamo.

La tumba es elegida por un geomante, que escoge la mejor para la familia. Antes de llegar al cementerio, al borde de la carretera se erige un noje, un pequeño monumento que asegura que el difunto no va a volver a perseguir a los vivos si no le gusta el funeral. 

Se baja el ataúd sobre el noje 3 veces y se sigue hasta el cementerio. Allí el chamán realiza un ritual para librar de espíritus malignos la zona y se entierra, echando los familiares más cercanos tierra y el sangju pisa la tierra para aplanar. 

Se hace una ofrenda al dios de la montaña con vino y comida para proteger a la tumba.  Durante los 2 o 3 días siguientes siguen visitando la tumba. Antiguamente, el sangju debía trasladarse y vivir cerca de donde el difunto esté enterrado (de hecho se iban a vivir al cementerio) durante los siguientes tres años. En la actualidad, llora cada mañana recordando a estos seres queridos durante esos tres años, aunque a partir del primer aniversario sólo se llora dos veces al mes. 

El problema actual es que sólo en Seúl viven 51 millones de personas, que suponen unos 8,5 millones de defunciones al año. El sitio para enterrar cada vez es más escaso, así que optan por la cremación. Pero esta a su vez se hace de una manera especial,  ya que los restos óseos se convierten en cuentas, como de un rosario, que son entregadas a la familia en una urna transparente. No son consideradas joyas funerarias como las que nos ofrecen en la actualidad, es la manera que han encontrado los surcoreanos de rendir culto a sus difuntos y evitar sus fantasmas y a la vez los enterramientos. Son llamadas “death beads” o “cuentas de la muerte”.

Como ya hemos comentado el funeral dura 3 días: antes se hacían en casa, pero ahora los surcoreanos prefieren hacerlo en los hospitales. Estos están completamente preparados para recibir al cortejo: tienen salas especiales decoradas según la tradición religiosa que siguiera el difunto, comedor, cocinas propias e incluso camas para que no falte nada durante el proceso del funeral. 

Paloma Contreras