Violeta Friedman nació en Abril de 1930 en Marghita, una pequeña población de la región de Transilvania, Rumanía.
En 1939, cuando tenía 9 años, comenzó la II Guerra Mundial. En esta época se empezaron a propagar actos contra los judíos cada vez más intensos, como la segregación en las escuelas de los alumnos cristianos y judíos, yendo a diferentes aulas y en distintos horarios a la escuela. Los que habían sido sus compañeros de clase, le tiraban piedras, les insultaban y amenazaban. Pero sus padres habían pedido a Violeta y su hermana que no respondieran a estas provocaciones, porque una denuncia a un judío podía suponer una multa muy importante.
Al poco tiempo, Violeta fue enviada al Liceo Hebreo, a 80 km de su pueblo, ya en Hungría, donde se quedó viviendo en casa de unos tíos.
Siempre fue una buena estudiante. Un día de 1944, el director del colegio entró para comunicarles que el ejército alemán había entrado en el país y que todas las personas que no fueran de allí tendrían que volver a sus lugares de origen.
Violeta y toda su familia fueron trasladados al campo de Auschwitz Birkenau. Tenía 14 años. Transportada en vagones de ganado, los niños y adolescentes iban de pie y los más mayores sentados. El viaje duró tres días y tres noches.
Cuando llegó a Auschwitz, a la primera persona que conoció fue a Mengele. Se hallaba clasificando a los recién llegados por el siguiente criterio: hombres y mujeres menores de 16 años y mayores de 45, eran enviados a la cámara de gas directamente. Fue la última vez que vio a su padre y a su abuelo. Ella llevaba unos zapatos de tacón que le había dejado su madre y un pañuelo en la cabeza, y ayudada por la nocturnidad y la compañía de su hermana Eva, cuatro años mayor que ella, consiguió pasar aquella primera criba. Pero fue consciente de que aquella noche, perdió a gran parte de su familia.
Su vida en el campo fue terrible, como la de todos los allí condenados. Llegó a estar tan delgada, y con tan poca fuerza, que ya no podía rascarse los piojos de la piel. Enfermó de malaria, y siempre le dio las gracias a la madre de una amiga suya que le cedió su ración de comida para que pudiese comprar quinina para curarse.
Estaban tan cansadas que se pasaban el día tumbadas en las literas casi sin poder moverse. A las 4 de la mañana, se realizaba el recuento, y cargaban con los cuerpos de las que ya no podían andar de debilidad.
Un pequeño inciso: Este verano estuve en Auschwitz y en Birkenau, y pensé en esto mismo: yo acababa de comer, y había desayunado y cenado la noche anterior y sabía que lo haría esa noche también, llevaba agua fría, una gorra, el abanico y toallitas húmedas, además de la posibilidad de pararme y sentarme cuando me diese la gana sin jugarme un tiro en la cabeza, e iba agotada de recorrerme el campo entero, desde los primeros barracones hasta el crematorio. Y pensé en lo que tenía que ser que te enviaran de un lado al otro del campo a hacer cualquier cosa, fuese verano o invierno, con la debilidad terrible que arrastraban. Su ración diaria de comida eran 150 calorías. Es escalofriante.
Cada día, en el barracón, clasificaban a las que irían a la cámara de gas dividiéndolas en dos filas separadas por un pequeño murete que había en estos barracones. Pese a que a diario pensaba en reunirse con su familia y no luchar más, Violeta saltaba de un lado al otro del muro con las pocas fuerzas que le quedaban para irse librando de la criba.
Un día, se llevaron a su hermana a un campo de trabajo y no volvió a verla allí. Ella también fue enviada a cavar trincheras, y “gracias” a esto, volvió a librarse de Mengele y sus experimentos.
El 27 de Enero de 1945 se produjo la liberación de Auschwitz por parte de los rusos, aunque Violeta fue liberada unos días antes, el 23. Los primeros liberados se refugiaron en casas que habían sido abandonadas por los alemanes, antes de emprender la vuelta hacia sus hogares, pasando también por largas penurias y calamidades.
Violeta consigue volver a su pueblo, y allí se encuentra su casa destrozada… y a su hermana. Las secuelas de haber pasado este tiempo en el campo, aparte de las enfermedades que allí cogió como la malaria o la tuberculosis, fueron unos terribles dolores de espalda que le llevaron a tener varias operaciones a lo largo de su vida.
El 1 de Enero de 1948 cae el Telón de Acero y Rumanía es uno de los países afectados. Violeta y su primo deciden huír hacia Canadá, donde una tía suya huyó antes de la II Guerra Mundial. Ambos comienzan un escabroso viaje hasta allí, donde son encarcelados varias veces hasta poder llegar a Alemania y conseguir los papeles que les llevaran en barco desde en norte hasta Halifax y de allí a casa de su tía. Sin saber inglés y sin oficio definido, Violeta se esforzó para aprender el idioma y trabajar de costurera.
En un viaje a Venezuela al que le manda su tía, conoce al que será su esposo, un policía húngaro también emigrado, con el que se casará en Canadá pero vivirá en Venezuela, y allí tendrá a sus dos hijos.
En 1965 Violeta se divorcia, y viene a España con sus hijos. Pese a encontrarse en un país muy retrasado en cuanto al pensamiento social, siendo extranjera, divorciada y con dos hijos, sale adelante.
Violeta guarda 40 años de silencio acerca de lo vivido en su infancia. Se calla hasta que escucha a Leon Degrelle, ex jefe de las Waffen SS, decir en 1985 en unas declaraciones a la revista Tiempo que el genocidio nazi nunca existió y en consecuencia los campos de concentración, tampoco. Ni los millones de muertos, claro.
A Violeta le hirvió la sangre al oír las palabras de este asesino (fue condenado como tal dos veces por el tribunal belga pero encontró asilo en España) y presentó una denuncia contra él reclamando el derecho a su honor propio y el del pueblo judío. Después de 7 años de lucha en los juzgados, el 11 de Noviembre de 1991 el Tribuna Constitucional, presidido por Francisco Tomás y Valiente, en el que esta sentencia acreditaba que ni la libertad ideológica ni la libertad de expresión se podían utilizar para propagar ideas de xenofobia o racismo. Esta sentencia llevó a que en el año 1995 se modificara un artículo del Código Penal, por el cual negar el Holocausto es delito.
Imaginaos la satisfacción de ganar a un nazi. Por partida doble, sobreviviendo primero y llevándole a los tribunales después.
Violeta Friedman se convirtió en una gran activista y daba conferencias, además de escribir libros y artículos, acerca de los peligros de la xenofobia y el racismo a través de su experiencia. Fue pionera en la lucha por la tolerancia en España, y se dedicó desde 1985 a informar a jóvenes acerca de los peligros de estas acciones y maneras de pensar, a través de más de 1000 centros de enseñanza, en una gran campaña de sensibilización.
Falleció el 4 de Octubre del año 2000. Violeta Friedman fue el icono de la lucha contra el negacionismo, que hoy en día se sigue sufriendo. Está enterrada en el cementerio judío de Madrid.
Su hija Patricia preside una fundación con su nombre, donde podéis encontrar más información sobre esta gran mujer.
También os dejamos esta interesante entrevista que le hizo Iñaki Gabilondo donde podéis oírla contar su historia de viva voz.