La necrópolis más grande del Hemisferio Sur comenzó su andadura en el siglo XIX. Por aquel entonces y al igual que en Europa, los enterramientos se hacían cerca de las ciudades y el cementerio de la calle Devonshire necesitaba más espacio para seguir acogiendo almas. Aprovechando esta situación, y que en Europa comenzaban a construirse los cementerios fuera de las ciudades, el gobierno australiano decidió hacer lo mismo. Además de situarlo fuera de la ciudad por motivos higiénicos, también se aprovechó que se había completado la línea de ferrocarril a Parramatta para ubicar el nuevo cementerio en un punto de la línea.
Se compró un terreno en la cala de Haslem y el proyecto fue aprobado. La construcción de esta necrópolis fue dividida en distintas secciones de acuerdo con el censo de la población: así pues, la Iglesia de Inglaterra gestionó 21 hectáreas del recinto y la iglesia católica 14; y como Australia ha sido tierra de inmigrantes, los distintos credos tenían que estar reflejados en su cementerio, así pues 23 hectáreas del recinto fueron asignadas a una zona no-denominacional.
La Ley Necrópolis entró en vigor el 1 de enero de 1868 y el cementerio quedó inaugurado oficialmente. Al comienzo el cementerio era conocido como Necrópolis, pero los residentes locales comenzaron a presionar a los funcionarios para que el nombre de su pueblo quedase patente en las puertas del cementerio. Deseo cumplido, pues así es como se le conoce.
También el que tuviera servicios por un ramal de la línea principal ferroviaria tuvo su encanto: desde 1867 hasta 1948 los trenes se encargaban de coger los féretros y a los dolientes para llevarlos hasta la sección correspondiente de la necrópolis. Pero con el tiempo y las nuevas infraestructuras quedó obsoleto cerrando este servicio, una pena.
Después de poneros al día sobre sus comienzos nos adentramos en el cementerio de Rookwood para enseñaros algunas de las maravillas que esconde.
Bien es cierto que aquí no destacan personalidades ilustres; el encanto principal de este cementerio es su entorno, plantas, árboles y una nutrida flora autóctona hace que el cementerio posea una mezcla ecléctica en la que también encontramos arte.
Con más de un millón de enterramientos, se pueden apreciar distintas capillas, mausoleos y monumentos dispersados por las 314 hectáreas que cubre su área.
Significativa es la capilla realizada en piedra arenisca de San Miguel Arcángel, con un claro estilo gótico. Una hermosa cruz celta también llama la atención muy del estilo a la cruz del cementerio Monasterboice de Belfast.
La serie de santuarios conmemorativos incluye el dedicado a las víctimas del Holocausto donde las piedras (símbolo judío para presentar el respeto a sus fallecidos) están patentes. También se encuentra el denominado “circulo del amor” y aunque pensemos que podría ser dedicado a parejas no lo es, está dedicado al amor más puro: el de los bebés o aquellos que murieron en la infancia. Los marinos mercantes muertos en tiempos de guerra también tienen su espacio conmemorativo aquí.
Aunque sin duda lo más significativo con los memoriales, aquí no hay diferencias de credos, dando un claro ejemplo de armonía. El memorial chino, el dedicado a los armenios, el templo ortodoxo, el ya nombrado judío; todos tienen cabida dejando patente que la muerte todo lo iguala.