La sepultura de Fernando Gallego

El objetivo de cualquier inventor se supone que es que su invento sea útil, que perdure en el tiempo y porque no decirlo, que su nombre sea reconocido a lo largo de la historia.

Nuestro protagonista de hoy era un adelantado en su tiempo; inventó, patentó y proyectó ideas en arquitectura y aeronáutica          que aunque no fueran reconocidas en su momento, han sido importantes sus bases para que posteriores proyectos pudieran ver la luz.

Hoy conoceremos un poco más e intentaremos darle un lugar en la historia a Fernando Gallego Herrera, salmantino de nacimiento pero ciudadano del mundo, que a pesar de sus logros no fue reconocido como se merece.

Como ya hemos dicho Fernando era salmantino, más concretamente de un pequeño pueblo llamado Villoria. Allí cursó los primeros años de sus estudios para después pasar al Colegio de Calatrava en la capital de la provincia.

Avispado y curioso, pronto comienza a destacar en sus estudios, tanto que el colegio se ve obligado a crear un premio especial para recompensar sus logros académicos.

Tras conseguir unas magnificas calificaciones se traslada a Madrid para matricularse en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos donde también despuntó y además consiguió el Premio Escalona por ser el primero de su promoción.

No es de extrañar que tras terminar sus estudios casi se lo rifaran para que Fernando realizara encargos de gran importancia; suyo es el diseño de la Estación Francia de Barcelona, por ejemplo. También trabaja en la obras del Metropolitano y como al parecer no podía estarse quieto, se matricula en Derecho en la Universidad Central de Madrid, aprende cuatro idiomas y obtiene el título de piloto de aviación poco antes de que comenzara la Guerra Civil Española.

Tras los excelentes trabajos realizados anteriormente, Fernando comienza a recibir ofertas del extranjero; aunque nunca lo reconocieron, el ingeniero salamantino ayudó en el diseño y construcción de los puertos flotantes en la región de Normandía, puertos que posteriormente ayudaron al desembarco de las tropas aliadas que consiguieron el final que ya todos conocemos.

También colaboró en la construcción de las compuertas de la presa de Assuán, además de enamorarse del país. También viaja a Panamá para colaborar en la modernización del canal durante los años 60.

Otras de las fascinaciones de Fernando era el mundo de la aviación. En su mente se fue fraguando un sueño que necesitaba plasmar: construir naves volantes capaces de despegar y aterrizar verticalmente. ¿Os suena? Lamentablemente aunque logró patentar la idea y llevarla a cabo los tres prototipos que realizó no llegaron a buen puerto. Tampoco ayudó que Fernando no recibiera ayuda alguna, quizás con más medios las pruebas hubieran salido de otra manera.

También resultó infructuoso otro proyecto que tenía en mente: unir mediante un túnel flotante submarino que acogería vías de tren, carril de vehículos y caminos peatonales las dos puntas separadas por el Estrecho de Gibraltar. No pudo ser y a día de hoy sigue siendo todo un reto a la ingeniería, la economía y la política, pues es uno de los puntos estratégicos de mayor importancia a nivel mundial.

Tras este varapalo se traslada a vivir a Logroño con su mujer Humildad, pero pronto comienza a realizar inventos y colaborar en importantes proyectos. Suya es la idea que patentó para construir los puentes de una manera totalmente innovadora: con su sistema la armadura soportaba el 100% de la carga de rotura total. El sistema consistía en estirar las vigas totalmente con la carga encima para evitar la aparición de grietas y que el hormigón se combara.

Estas ideas atrajeron de inmediato a países extranjeros que decidieron utilizar los diversos proyectos de Fernando para implantarlos en su país: la unión entre Brooklyn y Staten Island, en Nueva York, también la de Lisboa y Almada sobre el Tajo, y por todo el mundo conocida la unión entre Inglaterra y Francia por el Canal de la Mancha.

Con una mente privilegiada Fernando jamás dejó de inventar y de desarrollar ideas, tras unos años fuera de España regresa para instalarse en Logroño con su mujer Humildad. Pronto le empezaron a apodar “El Ruso” por un estrambótico gorro de astracán que siempre llevaba en los fríos días de invierno riojanos. Quizás su mente era demasiado adelantada a su tiempo pues Fernando no sólo ideó mil proyectos, también se encargó de diseñar lo que se sería su última morada. Todo el mundo intenta darle esquinazo a ese momento y Fernando no sólo lo asumió, si no que ya que tenía que morir, quiso elegir personalmente su tumba.

Su sepultura sobresale de las demás, sus ocho metros de altura ya es un punto de referencia en el cementerio de Logroño. Construida con materiales que nuestro protagonista fue recopilando durante sus viajes a lo largo del Mundo, los símbolos egipcios son claros protagonistas pues como ya hemos dicho anteriormente Fernando se enamoró de Egipto durante su estancia allí. También quizás como homenaje a otro gran genio apostó por la línea arquitectónica del modernismo y se puede ver una clara similitud a las construcciones ideadas por Antonio Gaudí. La estructura está rematada por el rostro de una esfinge, y por toda ella están representados cocodrilos, leones y búhos.

Y allí descansa Fernando desde el 10 de junio de 1973 junto a su esposa, en una singular sepultura que aglutina misteriosas inscripciones, arte, cultura y una mente sin duda privilegiada.

 

 

Clara Redondo