Cementerio de la Certosa, Bolonia

 

 

El cementerio de la Certosa de Bolonia fue fundado en 1801 mediante la reutilización de las estructuras de la cartuja construida en 1334. En 1796, con la supresión de las órdenes monásticas, los monjes abandonaron la Cartuja y esta fue utilizada en un principio como viviendas militares.

Es a principios del siglo XIX cuando la comisión de Salud del Rin decidió hacer uso de este antiguo monasterio como cementerio. Después de la publicación de los reglamentos de salud y los requisitos de enterramiento, se llevó a cabo la obra necesaria para que su apertura fuese en 1801.

Entre otras obras se transformó el refectorio en la cámara mortuoria llamada sala de la Piedad, y la sala donde se reunían los monjes en el Salón de Tumbas. Pero no fue hasta 1816 que se le reconoció como lugar sagrado, bendecido por el cardenal Oppizzoni. En cualquier caso, el uso de la Cartuja como cementerio hizo que este no se pudiera vender como terreno fraccionado y así conservar su estructura original, pese a las ampliaciones. En cualquier otro caso, los diferentes dueños del terreno lo hubiesen derrumbado para construir lo que fuese perdiéndose así toda esta riqueza histórica.

Es interesantísimo ver cómo a través de ampliaciones y arreglos arquitectónicos el cementerio ha sido ampliado a través de los siglos sin perder su esencia y siguiendo un orden lógico en la cronología arquitectónica. En su interior se pueden contemplar la evolución de cinco siglos de arte funerario como impresionante clase de arte: desde las neoclásicas tumbas pintadas sobre el yeso y el estuco, hasta el mármol y el bronce utilizado a partir de la mitad del siglo XIX, todas ellas plagadas de diferentes símbolos funerarios que hacen la delicia de cualquiera al que nos guste este tipo de arte.

En él se encuentran enterrados diferentes personajes de la vida boloñesa de todos los tiempos, tanto artistas como políticos o benefactores de la ciudad; destacable para los que no conocemos la historia de Bolonia, destacamos las tumbas de Carlo Broschi, más conocido por Farinelli, y los amantes del motor también podrán encontrar las tumbas de Lamborghini, Maserati y Ducati .

Este Cementerio de la Certosa fue a lo largo del siglo XIX el destino preferido de los visitantes de Bolonia. Lord Byron, Charles Dickens y Theodor Mommsen dejaron escritos de su paseo por este cementerio. E incluso Petrarca vivió enfrente, cuando aún era un monasterio, claro.

Qué contaros de este cementerio. Lo visité en Agosto y aún sigo con la boca abierta. Es tan precioso que no sé cómo Stendhal no pidió que lo enterraran en el mismo centro. Yo me lo estoy planteando.

Me podría poner un poco profesional y distante, pero de verdad que necesito hablaros de este cementerio desde el corazón. Hay que llamarlo cementerio porque está lleno de tumbas y así lo reza en su puerta, pero si se llamase galería de arte La Cartuja tampoco sería de extrañar.

Nada más entrar a la izquierda, nos encontramos el claustro V, lo que en su momento fue el Claustro Mayor. Los diez primeros minutos de recorrido los pasé soltando todo tipo de tacos en forma de admiración. “Relájate, que acabas de empezar”. No sabía dónde mirar, ni dejar de hacer fotos, ni dejar de pedir perdón a esa gente que estaba enterrada bajo mis pies desde el siglo XVII pero que era imposible no pisar, ya que atravesaban todo el pasillo del claustro. Sí, me dio tiempo a fijarme en el suelo pese a que de las paredes surgían todo tipo de esculturas, a cual más bella o representativa del morador interior de la tumba, es muy alucinante. Y todo, en el marco incomparable, nunca mejor dicho, de los arcos del claustro (cosa muy de agradecer cuando estás a 35 grados). Como todo el cementerio es un impresionante proyecto arquitectónico para aprovechar cualquier espacio, también el patio central tiene tumbas, así como los estrechos pasillos y pasadizos que unen los diferentes claustros, estos en forma de nicho. Está aprovechado hasta el último centímetro, pero de una manera tan ordenada que llama la atención.

No sé si deciros que estábamos solos en el cementerio, pero no nos encontramos a ninguna persona en las largas horas que pasamos allí. El silencio, la belleza, el mármol, cada pasillo, cada claustro albergaba cada vez estatuas más sorprendentes. Al parecer hay muchas leyendas e historias de fantasmas de este cementerio, y no me extraña lo más mínimo, de hecho comenté que me pensaría mucho pasar una noche en ese cementerio, pese a mi afición por ellos. Una anécdota, es que iba sumergida en este pensamiento atravesando un pasillo, cuando al asomarme por uno de los arcos laterales a ver qué había, una enorme estatua de un león apareció ante mis ojos y me hizo dar tal respingo que fui incapaz de ponerme frente a ella para hacer la foto bien. Muy, muy imponente. Y yo muy, muy sugestionada.

 

Supongo que el orden lógico para la visita del cementerio es seguir el orden de los claustros, pero a mi me fue imposible. No podía parar de ir de un lado para otro, meterme por los pasillos que los intercomunicaban, aparecer dos claustros más arriba, volver por otro camino a mi posición inicial y así constantemente. Pero si podéis resistiros (y no vais a poder) y seguir un orden, es más fácil descubrir esa evolución de las tumbas a lo largo de los siglos, desde las pintadas en yeso y escayola (algunas de ellas muy bien conservadas), hasta todas esas ostentosas representaciones en mármol del siglo XIX, para continuar por las zonas ya más modernas del siglo XX, donde hay que destacar la sobria majestuosidad de la zona de los caídos en la I Guerra Mundial.

El monumento consta de dos cuerpos circulares subterráneos conectados por un pasillo largo, en las que hay dos claraboyas que iluminan a su vez dos tumbas, en las que descansan los restos de los 3.000 soldados muertos durante el conflicto. Fuera, dos grandes estatuas de soldados velan por sus compañeros caídos.

 

En la zona más moderna, construida entre 1940 y 1948 se puede ver la evolución de cómo se preferían los enterramientos en esos años, donde se buscaba más la tumba conceptual en forma de nicho que el mausoleo que busca la memoria pública, para ese recordatorio más de aspecto privado. Durante la II Guerra Mundial este se vuelve más privado aún y los nichos están dentro de pequeñas capillas techadas. Aún así, el diseño arquitectónico es impresionante, con unas líneas perfectas que hace que te asomes por la puerta de cualquiera de los cuarteles y la visión sea un orden geométrico y lineal, con todos los nichos y los setos recortados de tal manera que la sensación de belleza que ya llevas del cementerio no decaiga ni un ápice.

También es destacable el monumento a los partisanos caídos, que se inauguró el 31 de Octubre de 1959. El significado simbólico de este monumento son los partidarios muertos por la devolución de la democracia al país. Es un cono truncado de metal t hormigón al que se accede por dos lados a través de unas escaleras subterráneas. A lo largo de una pared circular se pueden ver los 500 nichos que lo componen, con el nombre de estos partidarios. En el centro hay un pequeño estanque con agua desde la que se proyectan 5 estatuas que van desde la parte inferior a la superior a lo largo del cono, simbolizando su ascensión al cielo. Desde el exterior, se ve una frase que se repite cuatro veces y que dice “subida libre en la gloria del cielo”.

Además, en los años siguientes, se añadieron dos lápidas: la primera, dedicada a las víctimas de los campos de concentración nazis que estos quemaron en el horno Gusen, y la segunda dedicada a los boloñeses que se resistieron a la invasión alemana entre 1943 y 1945.

 

Recomiendo con pasión exacerbada la visita a este cementerio, yo creo que quiero volver a verlo al menos una vez más en cada una de las diferentes estaciones del año. Por si no os he puesto los dientes los suficientemente largos aún, podéis ver la galería de fotos a continuación.

Paloma Contreras