Durante siglos la mortalidad infantil fue elevada, demasiado elevada. Al igual que en los adultos la esperanza de vida en muchos casos no superaba los treinta años, muchos niños fallecían nada más nacer o en la infancia.
A esta mortalidad le debemos que todos los niños nacidos en la era moderna sean “mirados” a través de los ojos de la doctora Virginia Apgar, pues ideó un sencillo y eficaz método conocido como “Test Apgar” para evaluar la viabilidad de los recién nacidos. Esto, sumado a los avances en la medicina, hace que a día de hoy podamos decir que la mortalidad infantil ha sido reducida considerablemente.
Virginia Apgar nació en Nueva Jersey un 7 de junio de 1909, fue la menor de los tres hijos que tuvieron Charles E. Apgar, ejecutivo de seguros y Helen May Apgar. Al igual que a otras muchas familias de la época la Gran Depresión hizo mella en la familia, y su padre pasaba muchas horas en el sótano de la casa donde desarrollaba su afición a los inventos y la ciencia; Virginia desde pequeña quedaba fascinada entre las paredes de ese sótano.
Su infancia transcurrió sin mayores sobresaltos; se graduó en la escuela elemental de Westfield, su ciudad natal, donde ya decidió que estudiaría medicina. Posteriormente se matricula en Mount Holyoke College; allí se especializó en zoología a la vez que realizaba algún trabajo a tiempo parcial. Parlanchina, vivaz, llena de energía, así la define el editor del anuario de la escuela secundaria, ya entonces quedaba patente que Virginia no iba a parar en su vida.
Y no lo hizo. Ya matriculada en la Universidad de Columbia para estudiar medicina, jugó en siete equipos deportivos, trabajó para el periódico de la universidad, hizo representaciones teatrales, tocó el violín en la orquesta…y todo esto con un rendimiento académico excepcional. Teniendo en cuenta que sólo eran nueve mujeres en una clase de noventa y que estarían bajo la lupa del profesorado y resto de alumnos, se puede decir que Virginia era un torbellino.
Completado su doctorado, en 1933 inicia su vida laboral en el Presbyterian Hospital de Nueva York; aunque Virginia nunca fue una feminista declarada siempre luchó de manera anónima para que las mujeres tuvieran igualdad respecto a los hombres. Una de sus luchas y que no ha cambiado mucho a lo largo de los años, fue la diferencia económica entre hombres y mujeres, en aquellos años todavía era más acuciada, y Virginia alentada por su mentora Allen Whipple se dedicó a la anestesiología. Estamos hablando de los años treinta, esa especialidad andaba en pañales, pero Virginia se esforzó por conseguir el puesto y formarse adecuadamente. Cuatro años más tarde era reconocida como directora de la nueva División de Anestesia dentro del departamento de Cirugía. Fue la primera mujer en recibir un puesto así dentro de una división hospitalaria. Durante los once años que desempeñó este trabajo reclutó y formó a estudiantes de medicina llegando a transformar el servicio de anestesia del Presbyterian en uno de los pocos hospitales en los que la anestesia era administrada por un médico, en lugar de enfermeras como se había hecho hasta entonces.
Debido al éxito del espacio de anestesiología, se vieron obligados a separarlo del departamento de cirugía. Todos esperaban que Apgar fuera nombrada presidenta del nuevo departamento, sin embargo una vez más las diferencias entre hombres y mujeres quedaron patentes y Emanuel Papper fue asignado al puesto. Quizás para evitar conflictos a Apgar le nombraron profesora titular de anestesiología, siendo la primera mujer en ocupar ese rango en el hospital.
Este nuevo puesto tampoco le vino mal, con ello se vio libre de los soporíferos trámites administrativos. Como anestesióloga comenzó a interesarse en la anestesia obstétrica, especialmente en los efectos que podían repercutir en los recién nacidos; también se dio cuenta de que aunque la mortalidad infantil en general había disminuido en los últimos años, las cifras aún seguían siendo preocupantes.
Después de estudios e investigaciones en 1953 comienza a introducir lo que es conocido como el “Test de Apgar”: una evaluación general de la salud en los recién nacidos. Este examen clínico se rige bajo cinco parámetros del que se obtiene una primera valoración simple del bebé.
Tono muscular, esfuerzo respiratorio, frecuencia cardiaca, reflejos y color de piel; a cada parámetro se le asigna una puntuación entre 0 y 2, sumando las cinco puntuaciones se obtiene el resultado del test, siendo la puntuación más alta el 10. El test se realiza al primer minuto, a los cinco, y excepcionalmente cada cinco minutos hasta hacer un total de veinte si las primeras valoraciones han sido inferior a cinco.
Con ello se evalúa la vitalidad del recién nacido, la adaptabilidad al medio ambiente y su capacidad de recuperación. Con este simple test también es posible la predicción de otros pronósticos y su posible supervivencia. Gracias a ello y durante los más de 50 años que lleva realizándose, se ha logrado reducir la tasa de mortalidad y la tasa de morbilidad de manera considerable. Hoy en día se realiza en todos los niños nacidos en hospitales de todo el mundo.
Virginia valoró con su test a más de 17000 recién nacidos; mejoró el sistema de puntuación y se interesó cada vez más en los defectos congénitos y en cómo podrían prevenirse, o al menos mejorarse. Su energía y vitalidad hizo que viajara miles de kilómetros para presentar su método en ponencias y hacer saber la vital importancia de la detección temprana de defectos de nacimiento. Siempre preocupada por el bienestar de los niños también le dio tiempo a seguir siendo profesora, a viajar, a tocar el violín y a pescar y jugar al golf, una de sus pasiones.
Nunca se retiró y permaneció activa hasta poco antes de su muerte, falleció en agosto de 1974. Descansa en el cementerio de Fairview en Nueva Jersey.
Desde luego esta vivaz mujer hizo que cambiara el mundo y que los recién nacidos al menos tuvieran una oportunidad para seguir adelante, esté donde esté seguirá valorando con su test a millones de bebés.