Mujeres Ilustres: Anaïs Nin

Venga, reconocedlo. ¿A que todos en algún momento de vuestra vida, habéis comenzado a escribir un diario? Ese pequeño cuaderno en el que vomitar lo que llevamos dentro, y dar forma de alguna manera a las causas de nuestros desvelos. Eso sí, bien escondido para que ningún ojo ajeno pudiera entrar en nuestro mundo más íntimo y personal.

Poco o nada se imaginaba nuestra protagonista de hoy, que comenzar con ese hábito le convertiría en un referente en la literatura mundial. Pero una literatura un poco peculiar para la época en la que la tocó vivir, hablamos de la literatura erótica.

Mañana, 14 de Enero, hará cuarenta años que falleció una mujer a la que se la ha reconocido como pionera en la liberación de la mujer. Hoy queremos recodarla y conocer un poco más a Anaïs Nin, mujer transgresora que poco le importó vivir la vida a su manera. Ella sólo tenía una regla: saltárselas todas.

Provenía de una familia de artistas: su padre Joaquín Nin, era compositor y pianista de origen cubano y español, y su madre, Rosa Culmell, fue una cantante cubana de origen francés y danés.

Con estos antecedentes familiares, no es de extrañar que cuando un 21 de febrero de 1903, en la ciudad de Neuilly viniera al mundo la pequeña, le pusieran un nombre con carácter y poderoso: Ángela Anaïs Juan Antolina Rosa Edelmira Nin.

Su infancia trascurrió entre las bambalinas de escenarios donde actuaban sus padres, pero cuando Anaïs tenía once años su padre las abandona. Este hecho marcó su adolescencia; la rabia y la impotencia por el abandono, la nueva situación en la que se quedaban su madre y ella, en definitiva, la ira. Todo esto que cocía en su cuerpo necesitaba plasmarlo, y no se le ocurrió mejor manera de hacerlo que escribiendo una carta dedicada a su padre. En esas primeras líneas de blanco sobre negro, Anaïs mostró una crudeza inusual para una niña de su edad, aunque le sirvió de alivio y le ayudó para comenzar a escribir diariamente sus vivencias.

Hastiada de la monotonía de los estudios, los abandona para comenzar una incipiente carrera de modelo y bailadora de flamenco; sí continua con su costumbre de escribir a diario esos manuscritos que todavía no han de ver la luz. Con 19 años se casa con el banquero Hugh Guiler; el matrimonio se instala en París donde nuestra protagonista poco amiga de la rutina, sigue escribiendo y comienza a tomar clases de danza española con Francisco Miralles Arnau.

La lectura era otra de las pasiones de Anaïs; vislumbra un rayo de esperanza en los libros de D. H. Lawrence, cuando se sumerge en ellos se siente viva, fuera de lo establecido, y más aún, dueña de su propio universo. Esto le hace decidirse convertirse en escritora, publicando en 1930 un ensayo sobre el autor que le demostró de alguna manera el camino a seguir.

En ese momento, a la escritora se le abre un mundo bohemio en el que se sumerge con avidez. Lo que no se esperaba Anaïs era conocer a Henry Miller, con el que comienza un tórrido idilio que dura años. Ella amaba a Guiler, pero esta mujer que navegaba a contracorriente no podía callar la pasión se que sentía cuando estaba con Henry. Él también estaba casado, su esposa June no sólo dio el beneplácito a la relación entre ellos, sino que también se sintió atraída por la arrolladora sexualidad de Anaïs, iniciándola en el voyerismo y el safismo.

Entre tanto Guiler lejos de sentirse ofendido, le dejaba ir y venir a su antojo, amaba tanto a Anaïs que no quería perderla. En esta vorágine, otro hecho relevante se cruza en su vida, y es que después de 20 años del abandono de su padre, vuelven a reencontrarse. Hemos de suponer que Anaïs tenía un fuerte complejo de Edipo pues comienza con Padre (en sus diarios siempre le describe con este término) una relación incestuosa; en sus diarios describe estos encuentros con una alta carga sexual.

Paralelamente a su azarosa vida sentimental Anaïs seguía escribiendo; se traslada a Nueva York donde escribe Invierno de artificio y pone a la venta La casa del incesto, edición que realiza de manera totalmente artesanal en una pequeña imprenta instalada en una buhardilla de Macdougal Street.

Aquí es donde se convierte en la primera mujer que publica relatos eróticos, y los firma con su nombre real, cosa impensable en aquella época. Junto a Miller realiza una recopilación de relatos eróticos y pornográficos, nace con el nombre Delta de Venus y con un claro ejemplo de inspiración, el Kamasutra.

Ferviente feminista, no quería exclusividad con sus amantes, de hecho los incitaba a ver a otras mujeres; tampoco se divorció de Guiler que consentía sus devaneos sexuales y le ayudaba económicamente. Se negó a ser madre, decía que solo quería vivir para el amor del hombre y el de artista. Incluso aún estando casada con Guiler, contrajo matrimonio con Rupert Pole iniciando una doble vida. Una década paso entre su vida con Pole en Los Ángeles y con Guiler en Nueva York.

Por supuesto, su “oficial” marido sabía que Anaïs tenía una relación con Pole, lo que no imaginaba es que incluso habían contraído matrimonio. Por eso, cuando en 1966 fueron publicados los diarios donde había ido dando forma de a su mundo más íntimo, Anaïs se divorcia de Pole por miedo a que Guiler descubriera su poliandria.

 

El éxito de los diarios fue absoluto, leer los sentimientos más profundos de una mujer cuya vida fue la que ella eligió libremente, sin imposiciones, sin reglas, hizo que muchas mujeres oprimidas por la sociedad masculina se liberaran. Antes de ella muy pocas mujeres habían abordado la literatura erótica femenina, Anaïs lo consiguió.

Reconocida públicamente por sus diarios, a Anaïs aún le quedaba una última batalla por librar, ya que se le detectó un cáncer de ovarios. Estos últimos años Pole estuvo con ella, a pesar de haberse divorciado, seguían teniendo una excelente relación. Anaïs peleó, siempre había hecho lo que le daba la gana y no iba a permitir que un cáncer de ovarios le quebrara la vida, aunque no pudo ganar y el 14 de enero de 1977 falleció en Los Ángeles.

Como no podía ser de otra manera, Anaïs no fue enterrada, sus cenizas fueron esparcidas por el mar. Ella no era mujer para haber permanecido a dos metros bajo tierra, Anaïs era libre, siempre lo había sido y su espíritu se mueve libremente allá donde quiera que esté.

 

 

Clara Redondo