Mujeres Ilustres: Gala

 

 

Escribir algo de nuestro protagonista de hoy es tarea complicada, muy complicada. ¿Fue un genio? ¿Un loco? ¿Hablamos de su vida? ¿Sus obras? Lo dicho, complicado. Así que para recordarle en el vigesimo octavo aniversario de su fallecimiento, y después de leer sobre él todo lo que ha caído en mis manos, finalmente he decidido escribir de su mayor pasión, una pasión que podríamos considerar en muchos aspectos enfermiza, y no eran sus cuadros, no era su arte, era su mujer, Gala.

Antes pongámonos un poco en situación, Dalí provenía de una cuna con posibles. Su madre le alentó en sus precoces inquietudes artísticas. En 1922 se aloja en la afamada Residencia de Estudiantes de Madrid, allí conoce a un ramillete de futuras figuras del arte como Luis Buñuel, Pepín Bello y sobre todo a Federico García Lorca, con quien mantiene una apasionada relación, aunque Dalí da por terminada la relación con Lorca, dicen las malas lenguas que debido a que el poeta granadino “quería más”.

Artísticamente, Dalí coquetea con el cubismo aunque hubo una corriente iniciada por Tristán Tzara que le marcó y que seguiría con ella el resto de su vida, el dadaísmo. Colabora con Buñuel en la redacción del cortometraje Un perro andaluz, donde el artista de Cadaqués comienza a mostrar ya claras inclinaciones al surrealismo, vertiente del dadaísmo y originada por André Bretón.

Mientras tanto Elena Ivanovna Diakonova, (su futura Gala) es una alumna brillante en Rusia. Aquejada de una tuberculosis ingresa en un sanatorio en Suiza donde conoce a Eugène Grindel, futuro poeta que sería conocido como Paul Eluard, se enamoran y se casan. Paul también comienza a relacionarse con el movimiento surrealista, y en este entorno Paul sabe de un joven español que está dando mucho que hablar, Salvador Dalí. El poeta interesado en conocer a Dalí, comienza a través de sus contactos a preparar un viaje a Cadaqués y conocer personalmente al genio. Craso error, pues no preveía que aquel viaje sería el fin de su matrimonio con Elena; ella tampoco es que fuera el estereotipo de la perfecta esposa para la época, mujer sexualmente muy activa, mantenía relaciones con jóvenes amantes. Paul lo sabía, puesto que uno de los amantes de su mujer fue su mejor amigo Max Ernst.

Volvemos a Cadaqués. Corría el año 1929, mes de agosto, calor, un entorno privilegiado, todo parecía ser perfecto para que por fin Eluard conociera a Dalí. En los momentos previos al viaje, el poeta fue alimentando de manera inconsciente los deseos de Elena; los continuos halagos vertidos hacia la buena planta del pintor, azuzaron más si cabe las ganas de la futura Gala para llegar a Cadaqués.

Para el pintor no dejaba de ser una reunión informal con un nexo en común, todos seguía la corriente del surrealismo. Así que poco o nada se esperaba que aquí conociera a su alma gemela, sobre todo porque, este genio loco con incipiente bigote era virgen reconocido, y de hecho en alguna ocasión confesó que se “temía” homosexual.

Bueno, pues todo lo que él creía que era como hombre, toda su extravagancia, se fue con la brisa del mar cuando conoció a Elena. Todo, se enamoró de ella hasta la médula nada más verla; en ese mismo instante Dalí sólo tenía un objetivo, cautivar y conseguir a Gala. Ya desde aquí vamos a comenzar a llamarla con el nombre con el que ha pasado a la historia, pues para Dalí esa mujer con ese potente halo sexual era como Gradiva, la heroína del libro de W. Jensen con el mismo nombre en el que Sigmund Freud es rescatado de la locura por Gradiva.

Al principio Dalí no lo tuvo fácil, Gala tenía 10 año más que ella, pero el gusto de ella por los jóvenes le hizo tener un punto a su favor. Después de unos días de envío de señales amatorias por parte del joven pintor, viendo que no recibía lo que ansiaba se le ocurrió ir a lo dramático. Se untó de estiércol, se manchó la camisa con sangre y se introdujo flores en las orejas y la nariz. Lo que seguramente para otras mujeres dicha imagen les haría salir huyendo, a Gala le enterneció de tal manera que automáticamente le brotó un fuerte sentimiento maternal; necesitaba cuidar, proteger, mimar y consentir a Dalí.

Comenzaron a conocerse mejor, largos paseos por la playa, charlas interminables, hasta que se dieron cuenta de que el nexo entre ellos era tan fuerte que nadie jamás podría romperlo. Mientras el marido de Gala había sido testigo del comienzo de la relación, y aunque sabía que su mujer había tenido amantes a lo largo de su matrimonio, tuvo la suficiente coherencia para ver que entre ellos dos había algo mágico. Con un saber estar impresionante, el poeta, igual que llegó se fue, él no iba a ser el causante de la amargura de Gala, quería que fuera feliz.

La pareja no lo tuvo fácil, la familia de Dalí rechazaba de manera categórica la relación; que ella fuera diez años mayor, casada y con una libertad sexual impropia en la época no ayudaron. El padre de Dalí llegó a desheredarle, pero poco le importó, de hecho no le importó nada, igual que no le importaba el prestigio, sus obras o sus esculturas, tenía a Gala.

En agosto (era su mes fetiche) de 1934 contraen matrimonio civil en París. El matrimonio comienza a viajar y la carrera de Dalí empieza a dar sus frutos. Juntos, siempre juntos, Gala se convierte en su compañera, su sacerdotisa, su confidente, su todo. Se puede pensar que lo que Dalí sentía por Gala era un fuerte complejo de Edipo, y seguramente fuera así porque a pesar de estar enamorados no era un amor carnal. De hecho nunca mantuvieron relaciones sexuales con penetración. ¿Juegos amorosos? Sí, pero Gala siguió con su costumbre de tener relaciones íntimas con otros hombres durante todo su matrimonio. Lo que tenía ellos estaba por encima, para Dalí tener sexo con su mujer era deshonrarla, él la consideraba un ser tan puro que no osaba tocarla de manera íntima y por eso consentía los escarceos de ella.

No consiguieron contraer matrimonio católico hasta 1958, después de conseguir una bula papal por la que exoneraba a Gala de su anterior matrimonio. Así que un 8 de agosto (su mes) se vuelven a casar, esta vez en Sant Martí Vell, Girona. El matrimonio sigue viajando por el mundo y dilapidando el dinero, los caprichos de ambos comenzaban a pasar factura, haciéndoles tener algunos apuros económicos. Tampoco importó, incluso Gala en un arrebato de pomposidad le pide a su marido un castillo. Y como para Dalí lo que pidiera su diosa era ordeno y mando, pues le compró uno, el elegido sería el Castillo de Púbol. El castillo no se encontraba en su mejor momento de conservación, así que iniciaron unas obras de restauración llevadas personalmente por el genial pintor. Incluso diseñó y mandó construir un sepulcro con dos sepulturas juntas; ambas en cada lateral tenía un agujero para que uno y otro pudieran continuar yendo de la mano allá donde estuvieran.

 

 

Clara Redondo