Historia de los coches fúnebres
Como solemos tener la manía de morir en lugares distantes a donde vamos a ser enterrados (no como los elefantes, que para eso son mucho más organizados), la necesidad de trasladar los restos del difunto hasta su morada final ha estado presente a lo largo de la historia.
No es hasta mitad del siglo XVII, cuando las poblaciones empiezan a crecer y las iglesias empiezan a quedar más lejos de las casas, cuando estos carromatos empiezan a ser tirados por caballos. El problema que había es que los entierros no se hacían inmediatamente y al dejar el féretro expuesto a las inclemencias durante días, provocaba que estos se deterioraran, por lo que se empezaron a construir las carrozas fúnebres para evitar que se estropeara la madera. Pero es a partir del siglo XIX cuando estas carrozas empiezan a ser más sofisticadas, con adornos de madera tallada, palomas y pergaminos, además de las pesadas cortinas de terciopelo, siempre construidos a mano en madera de caoba.
Como era de esperar, su mayor auge tuvo durante la época victoriana; después de la muerte del Principe Alberto en 1861, a los ingleses les fascinó el tema de los funerales y las prácticas de duelo, convirtiéndose en un gran negocio de la época, como vimos en el post sobre la moda y el luto.
George Shillibeer fue reconocido como el inventor de este tipo de vehículo grande tirado por caballos en el que se podían transportar también a los familiares. Estos fueron llamados Shillibeer’s Funeral Coaches y fueron muy populares en toda Europa.
Durante esta época también se puso de moda el uso de plumas de avestruz para decorarlos: cuantas más plumas hubiese, más posibles tenía el finado o su familia. El coche era tirado por caballos negros si el dufunto era un hombre; las mujeres y los hombres solteros, blancos. Si el dueño de la funeraria no disponía del caballo del color correspondiente, lo teñía.
El primer coche fúnebre motorizado, eléctrico para ser más exactos, no fue creado hasta 1907, para el funeral de Wilfrid A. Pruyn. Fue inventado por HD Ludlow, que encargó la construcción del vehículo basado en la carroza de caballos y el chasis del autobús. Esto hizo que los clientes más pudientes de Ludlow se interesaran por él, y se utilizó hasta en 13 funerales antes de construir uno más grande. Debido a que su coste era bastante caro, este tipo de vehículo no se formalizó hasta los años 20, cuando los motores de combustión se hicieron más poderosos. En 1915, Geissel & Sons integraron la cabina del conductor al resto del coche, por lo que este se hizo menos pesado y más asequible. El formato que todos conocemos, el de grandes limusinas, fue patentado en los años 30 y con modificaciones, es el estilo que se mantiene hasta nuestros días.
Con la revolución del motor ya instaurada en nuestras vidas, fueron las marcas de coches de lujo los que se decantaron por este estilo de coches: Cadillac y Lincoln en EEUU y Canadá, y Mercedez Benz en Europa; hasta 1970, era común utilizar el coche fúnebre como ambulancia, hasta que en 1979 se prohibió por cuestiones de higiene.
Como curiosidad, en Japón, existen dos tipos de coches: el de estilo “extranjero”, el que todos conocemos, o con la parte de atrás modificada en forma de pequeño templo budista.
Pero no sólo de coches vive el hombre, y también existen las motos fúnebres. En 2011, una de estas motos consiguió entrar en el libro de los récord Guinnes como el coche fúnebre más veloz. Su diseño es una moto con una especie de sidecar que va junto a ella. En esta caso la moto elegida fue una Hayabusa que alcanzó los 193km/h