Ucrania, 1986. La noche del 26 de Abril, los 276 empleados del turno en la central nuclear, tienen que probar un nuevo sistema de autoalimentación para el reactor. A la 1:23 a.m, se desactivan los sistemas de seguridad, y comienza el experimento.
Se producen varias explosiones en el reactor. El suelo de la planta empieza a temblar. La tapa del reactor, de 1200 toneladas de peso, sale volando por los aires. Una nube de vapor, compuesta de uranio y grafito, se extiende a cientos de kilómetros de la planta. Del hoyo que ha dejado la explosión, sale una enorme llama cargada de partículas radioactivas que se elevan hasta 1000 metros de distancia del suelo. Esta llamarada era de muchos colores, casi como un arcoíris. Los que lo vieron lo recuerdan como algo precioso.
Fue el accidente más grave ocurrido en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares hasta 2011, donde Fukushima comparte triste pódium con Chernobyl.
Los primeros bomberos luchan contra el fuego sin el equipo protector adecuado, echando agua tan solo sobre ese extraño incendio. Son sometidos a una gran radiación. Esa misma noche mueren dos bomberos, y 28 más lo harán en menos de un mes. La radiación se medía en roentgen en aquella época (ahora se hace en milisiervets); por poner un ejemplo, en un vuelo en avión existe una radiación de 2,2 milisiervets; allí se alcanzaron los 7500 según ocurrió la explosión.
Pero fue por el trabajo de estos hombres, más otro medio millón que trabajaron allí durante los siguientes siete meses, que nosotros sigamos vivos, ya que gracias al trabajo de estas personas, que realmente no sabían a lo que se estaban enfrentando, se evitó una segunda explosión, diez veces más fuerte que Hiroshima y Nagasaki juntas, y que hubiese arrasado con la vida de media Europa.
Amanece el 26 de Abril. Las nubes se van contaminando por la radioactividad de las columnas de vapor que emanan de la central. Las noticias son confusas, tanto en Pripyat, la ciudad más cercana, como para Gorbachov, el que era el presidente de la U.R.S.S. cuando sucedió el desastre. Al principio solo se hablaba de un incendio controlado. Esa mentira puso en peligro la vida de miles de personas, entre ellas, los 40.000 habitantes de la ciudad de Prypiat, a tan solo 3 kilómetros de la central.
La ciudad de Pripyat era joven y nueva, todas las construcciones de la ciudad fueron creadas acorde con los estándares más modernos del momento: había librerías, restaurantes, cafés, hospitales, colegios, universidad, guarderías, clubes, puerto fluvial, tiendas, cines… hasta un grupo de música llamado Pulsar. La gente que visitaba Pripyat desde Moscú la consideraban casi como un resort, un lugar de vacaciones. También era conocida por “la ciudad de las flores”, ya que tenía plantados por toda la ciudad 35.000 rosales.
Pese a todo, a los habitantes de la ciudad no les sorprendió que el 26 de Abril los militares anduvieran por la ciudad patrullando con tanques y máscaras de gas. La gente siguió haciendo su vida normal. La ciudad se preparaba para la cercana festividad del 1 de Mayo, Día del Trabajador, y ya se podían ver las atracciones montadas y listas para la celebración. Se van tomando muestras de radiactividad por la ciudad por parte de los militares. Al mediodía, la radioactividad en la ciudad es 15.000 veces más alta de lo normal. Cuando llega la noche, esta se eleva hasta ser 600.000 veces más alta de lo normal. Se llegó a pensar que los medidores no funcionaban bien. Lo que no sabían es que en la central el núcleo seguía ardiendo, soltando cada vez más radioactividad. Un ser humano puede absorber hasta 2 roetgens/año sin verse afectado, pero el cuerpo se contamina letalmente a partir de los 400. Durante ese primer día, los habitantes de Pripyat reciben más de 150. A ese ritmo, alcanzarían la dosis letal en 4 días. Al lado de la central, la medida se eleva a los 2000 roetgens, por lo que pasar más de 15 minutos en ella era un pasaporte seguro a la muerte.
Nunca se había visto un nivel de radioactividad así.
30 horas después de la explosión, se toman las primeras medidas de seguridad. 2.700 autobuses llegan a la ciudad. A las 14:00 los militares avisan de que se debe evacuar la ciudad por completo. Todo el mundo corría, pero no había pánico. Para evitarlo, las autoridades ocultan la verdadera gravedad de la situación. Les dieron dos horas para recoger sus pertenencias y montar en los autobuses que los evacuarían. Nadie les dijo que no volverían nunca. En tres horas y media fueron todos evacuados.
48 horas más tarde, solo quedan en la ciudad los militares y expertos en seguridad, congregados en el hotel de Pripyat.
Mientras, las nubes llenas de partículas radiactivas se van moviendo con el viento, y así entre el 26 y el 27 de Abril viajan más de mil kilómetros desplazándose hacia Rusia, Bielorrusia, y los países bálticos. El 28 llega hasta Suecia, donde es detectada por los dosímetros de sus centrales nucleares. Se avisa a la población de Estocolmo que la nube radioactiva de Chernobyl ha llegado hasta allí. 60 horas más tarde, aún no hay ningún dato oficial que confirme nada fuera de la U.R.S.S. Toda Europa está pendiente de la dirección del viento, pues la nube radioactiva se detecta también en Islandia e incluso Cataluña.
Llegó el 1 de Mayo, y los festejos en Kiev sacaron a toda la población a la calle. Los niveles de radiación eran altísimos, pero la población aún no había sido informada de la catástrofe. No existen documentos oficiales de la festividad de este primero de Mayo de 1986, desaparecieron misteriosamente. Todas las personas que salieron a disfrutar de la festividad adquirieron ese día su pasaporte hacia una enfermedad letal.
Dos días más tarde, el secretario del Partido Comunista de Ucrania, se suicidó.
El éxodo masivo continúa una semana después de la explosión. Se evacúan a los habitantes de la ciudad de Chernobyl, a 7 km de la planta, además de todas las poblaciones a 30 km a la redonda de la central nuclear. 130.000 personas, muchas de ellas ya contaminadas, son evacuadas. 300.000 hectáreas quedan dentro de la zona de exclusión.
Mientras, la nube radioactiva sigue desplazándose por Europa, provocando lluvia ácida y contaminando pastos y acuíferos en varios países.
En la planta nuclear las cosas van empeorando: bajo las seis mil toneladas de arena que evitan que más partículas radioactivas salgan a la atmósfera, el núcleo sigue hirviendo. El peso de la arena hace que la estructura tenga peligro de quebrarse, lo que supondría el contacto del magma del núcleo con el agua del río Pripyat que pasa por debajo de la central, que a su vez provocaría tal explosión que gran parte de Europa desaparecería de la onda expansiva. Cuesta ser consciente de lo que podía haber sido.
Durante los trabajos de contención, 600 pilotos son contaminados por radiación. Todos mueren al poco tiempo. El fuego sigue ardiendo, y desde el aire poco se puede hacer. Hay que acercarse más al núcleo del incendio.
Hay una manera de hacerlo, a través de algunos túneles de refrigeración que no han sido destruidos por la explosión. Cuando llegan a la zona 0, está tal y como se lo imaginan: la radiación es altísima, y una especie de magma empieza a filtrarse por el cemento y pronto llegará al agua que pasa por debajo. Pese a que ya se había drenado ese agua, el riesgo era tremendo, pues debajo como ya hemos dicho pasa el río Pripyat, que reparte agua por todo el país.
El gobierno ruso solicita ayuda a unos mineros de Toula, cerca de Moscú, para que llegaran al reactor desde el único acceso posible, el subterráneo. Su misión consiste en cavar un túnel de unos 150 metros de longitud y 30 de ancho para llegar al reactor, y una vez allí crear una estancia de otros 30 metros para poder colocar un refrigerador a base de nitrógeno líquido. Es ya 16 de Mayo de 1986.
En esta tarea participaron más de 10.000 mineros rusos con edades comprendidas entre los 20 y 30 años. A 50 grados de temperatura, recibían la cantidad de 1 roetgen de radiación por hora. Trabajaban sin equipo protector, pues las máscaras se empapaban enseguida, e incluso se quitaban las camisetas. Bebían agua de botellas abiertas en las que la radiación se posaba silenciosamente y penetraba en sus organismos.
Además, tenían que trabajar muy rápido. En turnos de 30 mineros, relevados cada 3 horas, en turnos de 24 horas. Tardaron en hacer el túnel 1 mes y 4 días cuando en condiciones normales el tiempo estimado son 3 meses.
Todos los mineros quedan expuestos a una radiación de más de 300 roetgens y nunca son informados de la peligrosidad de su situación. “Alguien debía hacerlo” cuentan los supervivientes.
De estos mineros, más de 2.500 murieron antes de los 40 años. Son otras víctimas que no cuentan en ningún archivo oficial.
Con el incendio más o menos controlado, había que limpiar la zona y construir un sarcófago que evitara que la radiación siguiera campando a sus anchas por la atmósfera.
El gobierno ruso hizo una petición de voluntarios, aparte de poner a disposición al ejército. Más de 100.000 soldados “liquidadores” (el nombre por el que fueron conocidos) y 400.000 voluntarios civiles.
Se formaron escuadrones de estos liquidadores: mientras el ejército lanzaba desde los helicópteros una sustancia que eliminaba la radiación de la atmósfera y la depositaba en el suelo, unos limpiaban minuciosamente el polvo radiactivo que se había depositado por todas partes; otros, arma en mano, iban matando a todos los animales que encontraban sueltos, ya que en el pelaje se acumulaba la radiactividad y podían seguir contaminando
Se derriban una a una las casas y se entierran, además de desalojar del todo las poblaciones en las que aún quedan habitantes.
Al final del día, máquinas, herramientas y hombres estaban llenos de polvo radiactivo. Se duchaban de 5 a 6 veces al día, rascando con guantes de cáñamo sus cuerpos. Después se cambiaban de ropa y comían. Comían mucho y muy bien, ya que debían mantenerse fuertes, pues la radiación iónica afecta a las partes débiles del cuerpo, y te destruye.
Estamos ya en el mes de Julio. 300.000 metros cúbicos de tierra contaminada es enterrada bajo un bloque de cemento.
Se diseña la estructura que cubrirá el reactor 4, un proyecto único en todo el mundo. Un trabajo de ingeniería monumental en una zona tan radioactiva y peligrosa, que los trabajadores sólo pueden realizar su tarea durante unos minutos.
La radiactividad es tan alta en este lugar que sólo se pueden enviar máquinas que funcionen por control remoto. Pero los liquidadores tienen que poner en posición esas máquinas, acercándose demasiado a la zona de peligro.
Su trabajo es de una precisión y rapidez absoluta.
Las vigas y las placas de metal que componían la estructura fueron construidos a cientos de kilómetros de allí, y luego eran transportados a la zona cero.
Las obras iban bien, pero encuentran un nuevo problema. El techo del la estructura del reactor que estalló está lleno de piezas de grafito altamente contaminantes. Envueltas en ellas hay barras de uranio que desprenden tal radiactividad que son capaces de matar a un hombre en menos de una hora.
Tienen que limpiar ese tejado antes de seguir con la construcción.
Envían robots al techo que empujan hacia el borde el grafito, lanzándolo, y debajo otras máquinas recogen lo que cae para enterrarlo. Pero la radiactividad también afecta a las máquinas, y estas empiezan a no responder a los mandos y volverse locas. Incluso una de ellas cae directamente desde el tejado.
Las máquinas ya no son una opción.
Un grupo de militares rusos, reservistas, conocidos como “biorobots”, se preparan para ir al techo del reactor nº 3. Tienen entre 20 y 30 años. Ningún humano había trabajado antes en esta situación. Los propios soldados tuvieron que tejerse a mano los trajes de plomo que llevarían durante la misión. Todo el uniforme pesaba unos 25 kilos.
Alguien tenía que hacerlo. Otra vez. Fueron dos semanas y medio de infierno para todos los soldados, infierno en turnos de pocos minutos, incluso segundos.
Cuando sonaba la sirena, un grupo de 8 soldados y un oficial subían al techo. Su misión era simple: coger con una pala los desechos radiactivos y lanzarlos tejado abajo. La radiactividad en ese tejado era de 7000 roetgens/hora, lo que permitía estar en exposición tan solo 45 segundos, el tiempo suficiente para un par de paladas.
3.500 personas participaron en esta tarea. Los que más veces subieron, lo hicieron 5 veces.
No sentían los dientes, solo el sabor del plomo. No podían oír nada. Los ojos les dolían y sentían sabor metálico en la boca. Entonces sabían que habían estado expuestos demasiado tiempo.
Cuando bajaban del techo estaban débiles, algunos tenían hasta hemorragias nasales. Estos eran enviados directamente al hospital.
Como recompensa, estos hombres reciben un certificado de participación y un bono de 100 rublos.
Pusieron en riesgo sus vidas y solo consiguieron reducir la contaminación en un 35%. Ahora se sabe que lejos de los 7000 roetgen/ hora, la radiación superaba los 12.000 roetgen/hora. Con ese nivel, no deberían haber enviado a nadie.
7 meses más tarde del accidente, el sarcófago ya estaba construido y preparado para aguantar durante 30 años.
Como así fue. En 2016 un nuevo sarcófago, más moderno y que fue construido con la ayuda de todos los países europeos (España incluida) nos protege de la radiactividad a todos.
La zona de exclusión está llena de pequeños monumentos y cementerios improvisados que recuerdan a todos estos valientes (aunque todos desconocieran lo peligroso que era su hazaña), que de verdad, nos salvaron la vida al resto de europeos.
Nada más entrar a la zona de exclusión podemos encontrar el primer pequeño cementerio, en el que se encuentran enterradas las primeras víctimas del desastre, ya que tampoco podían ser enterrados fuera de allí, claro.
Después de 33 años sin apenas habitantes en la zona, la naturaleza ha ido recuperando su espacio y es muy difícil saber dónde acababa una población y empezaba otra, ya que no existen delimitaciones. Lo que yo considero “a lo largo de la zona de exclusión” probablemente coincidan con las afueras de lo que eran esas poblaciones.
En Chernobyl hay un característico monumento que ya existía antes del desastre y que desde luego, fue un auténtico presagio. Un ángel apocalíptico daba la bienvenida a la entrada de la ciudad.
Ahora, tras ella, una larga lista de placas con el nombre de las poblaciones desaparecidas, borradas del mapa y de la historia, acompañan a este premonitorio ángel.
Este monumento conmemora todo lo que os he contado párrafos atrás. Y no somos lo suficiente conscientes, vuelvo a repetir, como europeos, de lo que estos hombres hicieron por nosotros y los tenemos completamente olvidados (menos HBO que en unos días estrena una película relacionada con el tema, veremos desde qué óptica) y merecen ser recordados por siempre, porque sin ellos, no nos quedarían muchos recuerdos ahora. Si hace unos días llorábamos por Notre Dame, imaginaos todo lo que hubiese desaparecido (que sí, humanos aparte).
Prometeo era el patrón de Pripyat. Esta estatua estaba frente al cine, pero después fue destruida (por la radiación) y representada de nuevo frente a la central nuclear, junto a un pequeño mausoleo donde están enterrados (cremados) algunos de esos primeros bomberos y científicos que murieron antes de las 48 horas.
Por todos lados, se pueden encontrar este tipo de homenajes. Cada 26 de Abril, las familias supervivientes pueden entrar en la zona de exclusión y acercarse a estos monumentos a dejar flores.
Otros de los grandes olvidados fueron los médicos, enfermeras y demás servicios médicos que se enfrentaron a la radiación y al horror de sus secuelas durante esos primeros meses. Dentro de uno de las torres de refrigeración, un precioso grafitti da las gracias por su ayuda.
Cuando iniciamos el tour (2 días) , la guía nos preguntó si queríamos ver algo especial en Pripyat, donde iríamos el segundo día, para prepararlo en la ruta. Nadie decía nada, así que yo salté “The Cemetery?” porque para qué voy a perder la oportunidad.
Al día siguiente, la guía nos llevó a la morgue y al cementerio que estaba detrás, porque después de pasar un día con nosotros nos bautizó como “very creepy group” (4 alemanes, 6 ingleses y dos españoles) y vio que realmente nos hacía ilusión ir al cementerio.
No sé en qué momento me pensé que me iba a encontrar el cementerio ahí colocadito para mi, si llevaba un rato ya viendo cómo árboles enormes habían entrado en rascacielos, las tumbas iban a estar posando para mi en la foto. “It is a contaminated zone” más la retirada rápida de la guía me hizo hacer las fotos muy, muy rápido. (Después me di cuenta de que lo que le debía de pasar era que le daba yuyu lo del cementerio, porque la tía iba en zonas “more contaminated from here to Rome” en manga corta alegremente). Os adjunto también vídeo explicativo (digo demasiados tacos pero es que iba de adrenalina a tope)
Como comprenderéis, pasó al top uno de mis cementerios visitados inmediatamente, pese a que no había cementerio en sí.