El viernes pasado teníamos la oportunidad de asistir a la Colegiata de San Isidro en Madrid y conocer su vida y la historia de boca de Tomás Puñal, profesor de Historia de la Universidad Rey Juan Carlos , y como era de esperar, no perdimos la oportunidad.
Hemos de reconocer que nunca habíamos entrado en la Colegiata pese a haber pasado por la puerta mil veces. Ya sabéis cómo somos los madrileños, que al final nos perdemos lo nuestro.
Allí nos recibieron algunos miembros de la congregación; aunque los restos de San Isidro y Santa María de la Cabeza reposan en el retablo del altar central, sus figuras están en una de las capillas laterales, dedicada a la Inmaculada; en el suelo se puede ver una parte de mármol oscura, de forma ovalada, que coincide con la posición de uno de los pozos que cavó San Isidro, que a su vez coincide con el ábside de la capilla, convirtiéndolo en un sitio especial para el culto. Pero nosotras íbamos más allá, y por la parte trasera, acompañadas de Tomás, nuestro anfitrión, pudimos acceder a la parte alta donde están los sepulcros y poder verlos muy de cerca.
Allí, frente a sus restos, conocimos un poco más de la historia de Isidro Merlo Cortés, un labrador del siglo XII, de 1’90 de altura (eso nos alucinó, claro, si ya hoy en día se le consideraría un hombre muy alto, imaginad en el medievo que un “tiarrón” era un hombre de 1,55) al que se le atribuyeron casi quinientos milagros en vida; quizás el más sonado fue que hizo subir las aguas de un pozo al que había caído su hijo Illán, salvándole así la vida. (Este pozo se encuentra actualmente en la puerta del Museo de San Isidro)
Porque Isidro, hombre trabajador y de buen porte, estaba casado con María Toribia, una alcarreña a la que conoció en Torrelaguna cuando este huía de la conquista almorávide.
Isidro muere en 1172, y es enterrado en el desaparecido cementerio de la iglesia de San Andrés, el barrio en el que vivía. María falleció en 1175, y fue enterrada en la iglesia de la Piedad de Torrelaguna, donde había sido camarera, lejos de su marido.
Pese a que Isidro no fue nombrado santo hasta el siglo XVI, desde su muerte fue venerado tanto por la plebe como por la realeza, fuesen de la dinastía que fuesen. Es desenterrado por primera vez en 1212, 40 años más tarde de su muerte, envuelto en su mortaja casi entera y en un estado de conservación muy bueno. Este descubrimiento fue debido a que unas fuertes lluvias torrenciales sacaron a flote los cadáveres de la Iglesia de San Andrés. Como era conocido por toda la población, se colocó su cuerpo en el altar mayor de la misma iglesia. Pero 20 años más tarde se empezó a utilizar sus restos para sacarlos en procesión y que intercediera por las necesarias lluvias, acto que se repitió varias veces a lo largo de los años, llegando esta procesión incluso hasta la Basílica de Nuestra Señora de Atocha.
Como ya hemos dicho antes, Isidro aún, era muy venerado por todos los estratos sociales, hasta cierto paroxismo: la mujer de Enrique II, quiso llevarse un brazo como reliquia, brazo que llegó a arrancar y que después fue devuelto y sujeto al cuerpo con una cinta. También fue durante una visita de la reina Isabel la Católica cuando una de sus damas, a la vez que besaba los pies del santo, le arrancó el dedo pulgar del pie derecho; cuenta la leyenda que tuvo que devolverlo cuando los caballos que llevaban su carruaje se negaron a cruzar el Manzanares. El dedo se colgó en una bolsita alrededor del cuello de su dueño, pero actualmente se desconoce su paradero.
Pese a que el pueblo quería darle un enterramiento digno y a su altura, el pobre San Isidro aún tuvo que irse hasta Casarrubios del Monte (Toledo) a interceder por la curación del rey Felipe III, que por suerte sanó y devolvió a la iglesia primigenia. Aún así, el santo fue llevado a palacio cada vez que un rey enfermaba.
Fue Mariana de Neoburgo, agradecida por su ayuda, quien le regaló el arca en el que descasa, cerrado por 9 llaves, una de las cuales guarda la Casa Real española. Fue en los años 80 cuando se abrió de nuevo el arca que lo protege, y en él se encontró el cuerpo nuevamente en un gran estado de conservación, para volver a ser devuelto al Altar Mayor de la Colegiata, donde descansa desde entonces sin que ningún rey haya requerido sus servicios personales.
Bajo su arca, en otra más pequeña que cabe entre las patas de la suya, se encuentran los restos de Santa María de la Cabeza, llamada así porque lo primero que emergió de su cadáver al destruirse la iglesia donde estaba enterrada, fue el cráneo. De ella se conservan apenas la calavera y unos cuantos huesos, ya que los huesos fueron robados de manera apresurada de la iglesia donde descansaba y la historia se pierde más o menos ahí. Pero al final descansan juntos, y sus representaciones son sacadas en procesión el 15 de Mayo y el 9 de Septiembre, encabezando siempre la procesión María.
Solo nos queda agradecerle a Tomás y a todas las personas que hablaron con nosotras esa tarde la clase de Historia que nos dieron y los ánimos que nos dieron para continuar con nuestro proyecto.