Hay sueños que todos tenemos que cumplir. A veces desde pequeños, otros ya de mayores, pero todos, de una manera o de otra anhelamos algo. Hay que ir a por ellos.
Teresa de Marzo lo tenía claro, pero además desde bien pequeña: ella quería ser piloto de aviación. Tarea difícil si nos situamos a principios del siglo XX y eres mujer.
Esta brasileña provenía de una familia de inmigrantes italianos, y como buena italiana que se precie, su familia era grande. Sus padres, Alfonso de Marzo y María Riparullo tuvieron nada más y nada menos que seis hijos. Teresa era la única chica. Así que ya podréis imaginar que planes tenían sus padres para única hija. Que estuviera casada y además bien casada.
Cuando con apenas diecisiete Teresa revela su deseo de ser aviadora, sus padres pusieron el grito en el cielo. Sobre todo su padre, que era el que más quería que su pequeña princesa fuera reina de su propia casa algún día.
Pero Teresa era de ideas fijas y obstinada como pocas, ella quería surcar los cielos y sentir la libertad de ser libre. Sin miedo se fue andando hasta el aeródromo Brasil para poder tomar lecciones de vuelo. Allí daban clases Giovanni y Enrico Robba, pilotos veteranos de la Primera Guerra Mundial que la aceptaron como pupila. Al menos aquí no encontró con un no por respuesta.
Aunque la aceptaron, las clases había que pagarlas; sus padres por supuesto se negaron a sufragar el “loco” proyecto en el que su hija se había embarcado. Así que ni corta ni perezosa, Teresa vendió su bien más preciado: su tocadiscos. Con el dinero que sacó pudo pagar sus clases de vuelo.
Su primer profesor fue el piloto alemán Fritz Roesler, también veterano de la Primera Guerra Mundial. Teresa toma las primeras clases y tras demostrar que los aviones y surcar los cielos le venía de manera innata, realiza su primer vuelo en solitario un 17 de marzo de 1922.
Apenas 15 días después está preparada para examinarse y obtener su permiso de vuelo. Subida a un Caudrón G.3, de fabricación francesa, realiza perfectamente todas las maniobras requeridas, aterrizando sin inconvenientes en una pista corta y estrecha. Su pericia impresionó a los examinadores y claro, aprobó sin problemas. Tras el examen obtiene el permiso de vuelo nº76 del Areoclube do Brasil, que estaba afiliado a la Fédération Aéronautique Internacionale, convirtiéndose en la primera mujer brasileña en recibir el diploma de piloto-aviador internacional.
Este hecho hizo que comenzara a recibir homenajes y fuera el centro de atención de la prensa. Comenzaba la leyenda.
Teresa empezó a realizar vuelos: primero de cortos recorridos, luego más largos como el que hizo al puerto de Santos, donde sobrevoló la estatua de Bartolomeu de Gusmão. También tuvo el honor de participar en la escuadra que dio la bienvenida a Sacadura Cabral y Gago Coutinho, los aviadores portugueses que llevaron a cabo la primera travesía aérea del Atlántico sur.
Emprendedora, Teresa creó las “Tardes de Aviación”, en las que se efectuaba vuelos con pasajeros. En esta nueva andadura tuvo que demostrar que ella llevaba el combustible en la sangre. Una tarde, ella y el piloto Atila despegaron rumbo al Estadio Palestra Italia; Teresa pilotaba y su compañero debía tirar flores a los jugadores a modo de homenaje. El vuelo debía realizarse a baja altura. En un momento del vuelo Atila de manera accidental toca el selector de combustible, cerrando la alimentación del motor. Automáticamente el motor se paro, perdiendo altura; de manera rápida, Teresa buscó un campo seguro donde poder aterrizar, pero en el último momento volvió a intentar accionar el selector de gasolina. Funcionó, y a pocos metros del suelo el motor volvió a arrancar haciendo que el vuelo pudiera terminarse sin más contratiempos.
Durante cuatro años Teresa realiza vuelos de manera continuada; más de 350 horas de vuelo acumuló durante este tiempo, y otras muchas más que no se computaron porque Roesler le convenció de que no era necesario.
Pero Teresa aspiraba a más; en 1923 comienza una nueva aventura: la construcción de un hangar en Ipiranga. Para obtener el dinero necesario no le importó pedir donaciones en la plaza pública de Santos, tampoco le importaba ir recorriendo las tiendas y los negocios de la localidad pidiendo donativos para su cumplir su sueño.
Y lo cumplió; con el dinero obtenido, la ayuda de Fritz Roesler y su hermano Antonio de Marzo se construye el hangar. Lo bautizan como hangar Teresa de Marzo y se convierte en la sede de la Escuela de Aviación de Ipiranga.
Durante esta época el que había sido su instructor y compañero de fatigas además de vuelo, Fritz Roesler se enamora de ella. La propone matrimonio y Teresa, también enamorada, le acepta; la pareja se casa un 25 de septiembre de 1926. Su boda fue todo un evento social, a ella acudieron muchas personalidades brasileñas y fue primeras planas de la prensa brasileña.
Pero ocurrió algo inexplicable. Roesler, que había acompañado durante años a Teresa en los vuelos y que sabía perfectamente lo que significaba volar para ella le prohíbe pilotar más. Roesler rápidamente clausura las clases en la Escuela de Aviación, vende el hangar y junto a Teresa se mudan al Campo de Marte.
Pero que prohibiera pilotar a Teresa no significa que él dejara de pilotar. Instalados ya en Marte, Roesler abre un nuevo hangar; Brasil pasaba por tiempos difíciles y cada vez era más costoso mantener un avión. Teresa, instada por su marido le pide a Washington Luís Pereira de Sousa, presidente de la República, un subsidio para pagar la gasolina. El presidente se negó a ayudar al nuevo proyecto de Roesler. Poco después el hangar de Marte tuvo que echar el cierre.
El matrimonio abandonó los vuelos y vivieron juntos durante más de 45 años. Teresa falleció en Sao Paulo y mientras su espíritu surca los cielos sus restos descansan en el cementerio de Araçá.