Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Así es como define la palabra amistad la Real Academia de la Lengua. Sería maravilloso que fuera realmente así pero por desgracia los seres humanos nos movemos por la necesidad de recibir algo, y salvo honradas excepciones, cuando creemos que tenemos un amigo/a no solemos cumplir tan bonita definición.
Quizás por eso la historia de hoy habla de esa amistad entre dos amigos, de cómo dieron sin esperar recibir, haciendo que la palabra amistad para muchos de nosotros se quede pequeña.
El protagonista de tan conmovedora historia es el Doctor Hidesaburo Ueno, profesor de agricultura de la Universidad de Tokio, quien tras haber perdido a su primera mascota, estaba atravesando un mal momento porque le tenía un enorme cariño. Su hija preocupada por el Dr. Ueno decidió regalarle otra, el segundo protagonista de esta historia.
Hay que decir que al principio el Dr. Ueno no estaba convencido de quedarse con este cachorro de raza akita, pero cuando ayudantes del profesor fueron a recoger al can vieron que este había llegado extenuado después de un viaje de dos días en tren. El Dr. Ueno le acercó una fuente de leche que el pequeño peludo terminó enseguida, entrando en la vida del profesor automáticamente.
Había que ponerle un nombre, y el Dr. Ueno ya se había fijado en que las patas delanteras de cachorro se desviaban lentamente y quizás dando un toque de humor al nombre de su nuevo amigo le llamo Hachi, que en la lengua nipona significa ocho, así como su parecido con el kanji que sirve para representar este número.
El profesor y su fiel amigo comenzaron una relación de amistad compartiendo multitud de momentos: Hachiko acompañaba todos los días a su amigo a la estación de tren cuando éste se iba a trabajar a la Universidad y cuando llegaba el ocaso iba a la misma estación a recibirle para volver juntos a casa. Las personas que también utilizaban ese medio de transporte así como los comerciantes del lugar pronto se dieron cuenta de este detalle y verlos se convirtió en algo habitual en la vida diaria de las inmediaciones de la estación.
Esta rutina se prolongó hasta que lamentablemente el Dr. Ueno sufrió un fallo cardiaco y falleció mientras impartía clases. Hachiko desconocedor de esta triste noticia fue como todos los días a buscar a su compañero, pero esta vez el viejo profesor no apareció. La familia del Dr. Ueno intentó llevar al afligido perro de vuelta a casa, pero éste se negaba a abandonar la estación de tren pensando que quizás el profesor aparecería y él no iba a estar para recibirlo y hacer el camino de vuelta a casa juntos.
Hachiko se quedó esperando nueve años, nueve años en los que todos los días esperaba a su amigo, y en los que no falto ni una sola vez. Las personas que habían sido testigos de esta bonita relación de amistad, fueron los que se encargaron de alimentar y cuidar a este peludo amigo que jamás perdió la esperanza. Esta lealtad demostrada hizo que los habitantes de Shibuya contrataran los servicios de un escultor para realizar una estatua en honor de Hachiko, eregida en el punto donde esperaba con tanta esperanza a su amigo.
Siguió esperando hasta que falleció el día 9 de marzo de 1935. Lo encontraron frente a la estación, al pie de su propia estatua. Las personas que se habían encargado de cuidarle improvisaron un velatorio a tan digno animal en la misma sala de equipaje de la estación, y multitud de personas se acercaron a presentar los respetos a Hachiko por su lealtad y su perseverancia.
Los restos mortales de Hachiko descansan junto a los de su gran amigo en el cementerio de Aoyama en Tokio, en un bello entorno donde seguramente sigan paseando y demostrándose el uno al otro que los amigos dan sin esperar recibir.