Cuando un padre estaba convencido de que iba a morir, llamaba a sus hijos para reunirlos a su alrededor y darles consejos e instrucciones con respecto a su vida futura, repitiendo las antiguas tradiciones y recordando las costumbres Cherokies que nunca debían olvidar.
Al llegar la muerte, solo el sacerdote y los parientes adultos se quedaban con el cadáver. Las mujeres lloraban mientras cantaban una elegía repitiendo el nombre del difunto una y otra vez durante el tiempo que podían contener la respiración.
Los parientes varones se ponían ceniza sobre la cabeza y ropa vieja. Uno de los parientes más cercanos cerraba los ojos del fallecido para después lavarse todo el cuerpo con agua o con una mezcla de purificación consistente en hervir raíz de sauce. El hecho de enterrar a la gente en el suelo de la casa correspondía a las ganas de la familia de seguir teniendo una estrecha relación con el fallecido que les protegía en espíritu en los momentos de guerra, además de temer la profanación de la tumba por parte de sus enemigos.
En cada pueblo había un sacerdote encargado de enterrar a los muertos.
El cadáver era enterrado en el suelo, bien directamente debajo del sitio donde murió la persona, o en las afueras, cerca de la casa, o en el caso de ser un jefe distinguido, debajo del asiento que hubiese ocupado en el ayuntamiento.
Cuando el entierro era fuera de la casa, el sacerdote y un familiar adulto acompañaban al difunto. A veces, el cadáver se colocaba junto a una gran roca, y al otro lado se construía una pared para encajonarlo. Este tipo de enterramiento estaba reservado para los bebés y los adultos de sexo masculino de alto rango. Después lo cubrían de madera o rocas en forma de arco como techo y amontonaban piedras alrededor creando una especie de tumba.
En otras ocasiones, cubrían en cadáver con dos cajas de madera superpuestas y piedras. También hacían enterramientos en tierra colocando sobre las tumbas piedras para ahuyentar a las alimañas. Los cuerpos se colocaban generalmente en una posición ligeramente flexionada, con las cabezas orientadas hacia el oeste. Entre el ajuar que solía acompañar al difunto se podían encontrar cáscaras de conchas, cuencos, sonajeros de caparazón de tortuga y huesos de animales perforados.
EL DUELO
Durante los 7 días de duelo, apenas se habla y se consume lo mínimo y más ligero de comida y bebida. Las circunstancias que rodearon a la muerte determinan si las expresiones de dolor son mayores o menores:
Si falleció en la casa, todos los elementos que allí había, incluidos familiares, así que todos los objetos personales de fallecido son enterrados con él o quemados en la tumba. Los alimentos y los muebles también se desechan, y todo es destruido por el sacerdote. Además, limpia la casa y descontamina la chimenea poniendo a hervir en ella una mezcla de plantas y fuego alimentado por cedro. Después hace un te con este brebaje y se lo da a beber a los miembros de la familia, además de lavarse con él y rociar toda la casa. Cuando acaba el ritual de purificación, los restos los esconde en el hueco de un árbol o en una roca donde nunca deben de ser encontrados.
Por último, el sacerdote lleva a la familia a un río donde deben sumergirse mientras reza por ellos: deben hacerlo siete veces, alternando de este a oeste. Allí abandonan las ropas contaminadas y se ponen ropas nuevas (de aquí que cuando la persona va a morir, los familiares se vistan con ropas viejas que comentábamos al principio.)
Después, el sacerdote les envía un poco de tabaco para que “iluminen sus ojos” para enfrentarse con valentía al futuro y un collar de perlas santificadas para confortar sus corazones. Al acabar este ritual, la familia recibe el pésame de todo el poblado estrechando sus manos.
En la mañana del quinto día después del quinto día de la muerte, la familia vuelve a reunirse con el sacerdote: este coge un pájaro que ha muerto por el disparo de una flecha, se le arrancan unas cuantas plumas y se le corta un trozo de carne del pecho del lado derecho. Después de orar, se pone esta carne en el fuego. Si esta chisporrotea, los hijos de la familia pronto morirán. Si no lo hace, estos están seguros.
El luto se continúa durante dos días más. En estos dos días, todos se levantan al amanecer, se meten en el río y luego van a la tumba. Los cazadores de la tribu llevan comida a la familia y la séptima noche lo preparan todo para hacer un gran cena donde recordar las hazañas del difunto.