Tenemos que reconocer que Las Sinsombrero nos tienen enamoradas, todas, absolutamente todas, por su coraje, por sus talentos, por peleonas y por ser sobre todo mujeres, grandes mujeres.
La protagonista de hoy quizás fue la menos conocida, fue la que pasó más desapercibida en la época en la que le tocó vivir y quizás la ayuda del tiempo le hizo ser antes olvidada como al resto de sus compañeras.
Por eso nosotras queremos volver a desempolvar ese cajón del olvido para conocer un poco más a esta escritora de espíritu independiente, humilde y risueña, que tuvo que esperar a la democracia para que se produjera su redescubrimiento.
Vallisoletana de nacimiento, tuvo la suerte de nacer dentro de una familia liberal, lo que hizo que Rosa desarrollara una personalidad independiente, culta y totalmente autónoma. De salud delicada fue educada por su madre Rosa-Cruz Arimón, que era maestra de escuela.
Con apenas diez años se traslada junto a su familia a Madrid, con el fin de estar más cerca de su abuela materna. Se instalan en el barrio de las Maravillas y Rosa es matriculada en la Escuela de Artes y Oficios. De aquí pasaría a la Escuela del Hogar y Profesional de la mujer, abierta poco después.
Terminados sus estudios en la capital de España y movida por su pasión por el arte, se matricula en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Allí conocería al que sería su marido: el pintor Timoteo Pérez Rubio. También conoce a uno de los mayores intelectuales de la época, Ramón María del Valle-Inclán y comienza a asistir a foros de discusión y debate; quizás estos hechos hacen que abandone sus estudios de escultura y comience a germinar en ella su pasión por la literatura.
La cafetería Granja del Henar, Botillería del Pombo y el Ateneo de Madrid son algunos de los puntos de encuentro de los artistas de aquella época; esto le permite comenzar a tener contacto con las nuevas corrientes literarias y filosóficas europeas. A través de dichos contactos Rosa colabora en la revista vanguardista Ultra donde conoce a otros grandes literatos como José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna o Juan Ramón Jiménez.
En 1921 contrae matrimonio con Timoteo y ambos se marchan a Italia gracias a una beca que obtiene su marido en la “Academia de España” de Roma, donde todavía se acerca más al vanguardismo europeo. Allí residen hasta 1927, cuando el matrimonio junto a su único hijo Carlos regresan a España; Rosa retoma la relación con sus contactos y entra en el círculo de Ortega y Gasset, que le ayuda a que colabore en revistas literarias como Revista de Occidente.
Mientras, España vivía una gran convulsión política: al término de la Segunda República acaece la Guerra Civil. Rosa, que se había educado dentro de la libertad y la igualdad entre hombres y mujeres, comienza a colaborar activamente con sus publicaciones para el bando de izquierdas escribiendo manifiestos y convocatorias; a su vez trabaja de enfermera para ayudar en todo lo que podía.
La vida le da un golpe cuando en 1933 fallece su madre; la pérdida de la que había sido su maestra le sumergió en una crisis nerviosa y creativa por la que tuvo que trasladarse temporalmente a Berlín. Aquí retoma su vena literaria y escribe su libro de sonetos A la orilla de un pozo publicada en 1936 por Manuel Altolaguirre dentro de la colección Héroe y con prólogo escrito por Juan Ramón Jiménez.
Mientras regresa a España, a Timoteo le nombran responsable de la evacuación y cuidado de los cuadros del Museo del Prado. Él, junto a otras personas como María Teresa León Goyri, protegieron esas joyas haciendo que a día de hoy muchos de nosotros podamos seguir contemplándolas. Debido a este cometido el matrimonio comienzan un periplo por la geografía española para posteriormente pasar al país galo y terminar en Suiza.
El matrimonio tiene que separarse, Rosa y su hijo residen en París, no sin antes permanecer un breve periodo de tiempo en Grecia. El matrimonio no volvería a reunirse hasta en 1939, cuando tienen que exiliarse. Primero escogen Buenos Aires, donde Rosa escribiría según los expertos su mejor obra literaria, La sinrazón; terminado su tiempo en la ciudad bonaerense eligen un nuevo destino, Brasil.
Aquí Rosa sigue manteniendo su actividad literaria, acude a tertulias, colabora con la prensa escrita y traduce textos del inglés y del francés. El matrimonio subsistió a duras penas llegando su situación a ser comprometida.
Su regreso a España fue progresivo, en 1959 consigue una beca otorgada por la Fundación Guggenheim: el proyecto consistía en escribir un libro de ensayos erótico-filosóficos titulado Saturnal. Gracias a esta beca Rosa se traslada a vivir a Nueva York, donde conoce a Victoria Kent y comienzan una estrecha amistad. Terminada la beca regresa a España de manera temporal para volver a Brasil donde le esperaban su marido y su hijo.
Rosa aún debería pasar por otro duro trance, el fallecimiento de su marido en 1977. Tras ello Rosa pasa a instalarse definitivamente en Madrid, aunque viaja frecuentemente a Río de Janeiro para visitar a su hijo Carlos.
Ya en Madrid Rosa retomó la escritura, publicando ensayos y relatos. Gracias también a la llegada de la democracia al país, a esta escritora se le comenzó a dar el sitio que la correspondía en la historia reeditando muchas de las obras que tenía escritas.
Pero que las esferas literarias las reconocieran por su trabajo no le reportó lo que más necesitaba, dinero para subsistir. Su situación económica volvió a ser acuciante como cuando vivía en Brasil; la pensión que cobraba en España no era suficiente para vivir. Con 86 años ella misma se encargaba de las labores de su pequeña casa alquilada en el paseo de La Habana, y aunque aún tenía vitalidad, poco a poco sus fuerzas se iba apagando.
Por parte del Ministerio de Cultura se intentó llegar a una solución para el problema económico y de ayuda de la escritora pero se quedó en eso, en intención. Rosa se marcha a vivir a Brasil con su hijo durante la última etapa de su vida, y regresa para fallecer a los 96 años en Madrid.
Sus restos están enterrados en el Panteón de Personas Ilustres del Cementerio El Carmen de Valladolid, allí descansa esta prolífica mujer que seguramente no es tan leída como se merece.