Grandes funerales: D. Enrique Tierno Galván

Tengo una pregunta. ¿A quién consideráis como el mejor alcalde de Madrid? Casi con toda seguridad muchos dirán que Carlos III, nuestro rey-alcalde. Y tenéis razón, pero en la historia de la Villa y Corte hubo un hombre que por méritos propios consiguió hacerse un hueco, tanto en la ciudad como en los corazones de los madrileños.

Alcalde por chiripa (consiguió el puesto gracias a una coalición), hombre sencillo e increíblemente culto, nunca renunció a su ideología política, y por su lucha contra el franquismo tuvo que pagar un caro peaje: dejar de ser lo que más amaba, el viejo profesor.

Ya habréis adivinado que estamos hablando de Don Enrique Tierno Galván, hombre que a golpe de mordaces bandos redactados por él mismo, por sus exquisitos modales a todo aquel que se le acercara sin diferenciar su status social y por su gran preocupación por su amada ciudad, supo meterse en el bolsillo a toda una generación de jóvenes ávidos de libertad.

Hoy en el aniversario de su fallecimiento, queremos recordar el funeral que se organizó para este gran hombre. Quizás él, por su innata humildad no lo hubiera deseado así, pero Madrid necesitaba agradecerle de alguna manera que la ciudad comenzara a ser moderna, limpia y acogedora.

Nuestro viejo profesor nos dejó un 19 de enero de 1986, en una habitación de la Clínica Ruber de Madrid; según las monjas que le atendieron hasta su último suspiro, Don Enrique dijo que se sentía en paz porque iba a estar con Dios. No está contrastado y dado su trayectoria política nos sorprende que fuera así, pero bueno, no sería ni el primero ni el último que en sus últimos momentos se acogiera a los designios de Señor.

Ya desde el mismo momento de su óbito, comenzaron a activarse todos los engranajes necesarios para rendirle tributo. Hay que decir que las pompas fúnebres organizadas para Don Enrique no están exentas de controversia, pero eso lo iremos viendo más adelante.

Una vez dada públicamente la noticia del fallecimiento, no solo Madrid, sino toda a toda España se le despertó un gran sentimiento de duelo; comenzaron a oficiar misas por el alma de Don Enrique, daba igual que él fuera un reconocido agnóstico, aquí no se juzgaba el credo, se homenajeaba a un gran hombre.

Paralelamente comenzaban los tramites del cortejo fúnebre, al principio los encargados de preparar la mascarilla funeraria del viejo profesor fueron los escultores Juan de Ávalos y Santiago de Santiago. No fue así, al día siguiente el Ayuntamiento de Madrid tiene que hacer una nota aclaratoria, en ella se explica que tal encargo será realizado por Fermín Ortega Encina quien ya había realizado la del Premio Nobel de Literatura, Vicente Aleixandre.

Se decide instalar su capilla ardiente en la Casa de la Villa de Madrid. Juan Barranco, su sucesor y muy unido a Don Enrique, quería que la ciudad pudiera despedirse de él. Así fue, Madrid se echó literalmente a la calle, más de quinientas mil personar hicieron ordenadamente una fila que duró 29 horas, allí estuvieron hasta el día 21 de enero.

Pero no iban a dejar de acompañarle hasta el último momento, estuvieron con él cuando lo sacaron el féretro a hombros del Patio de Cristales, donde fue introducido en una carroza fúnebre cedida por el Ayuntamiento de Barcelona, cubriendo el trayecto hasta la Plaza de Cibeles.

Debemos hacer un inciso en este punto, pues mucho se hablado y escrito respecto a este tema. La primera carroza que iba a transportar al fallecido alcalde fue solicitada a Vic, aunque rechazada en el último momento por llevar el escudo de la ciudad en ambos costados. Finalmente la elegida sería la carroza Imperial, cuajada de simbología funeraria del romanticismo, (mucha pomposidad para un hombre tan sencillo): construida en la última década del siglo XIX, con cuatro metros de largo por dos y medio de ancho, su traslado a Madrid para cubrir el funeral de Don Enrique fue dificultoso, tuvieron que desmontarla en piezas para meterla en un tráiler hacia Madrid. En la ciudad tampoco fue fácil su rearme, ya que tuvieron que poner las ruedas en remojo varias horas para que al hincharse no se salieran.

Salvados todos estos escollos, Don Enrique paseó en tan importante carruaje dándose un “garbeo” por su Madrid. La Calle Mayor, la Puerta del Sol y la calle Alcalá, fueron testigos de cómo más de un millón de madrileños se congregaron para terminar de despedirse del que había sido su alcalde. Provistos de reventones claveles rojos hicieron que comenzara una impresionante lluvia de flores, miles de flores para el hombre que hizo miles de bienes a la ciudad.

Ya en la Plaza de Cibeles el féretro fue traslado a un vehículo más rápido, pues la inhumación se realizaría en la gran necrópolis del Este, esta vez el elegido fue un Dodge, propiedad de los servicios funerarios de Madrid.

Curiosamente este librepensador no quiso ser enterrado en el cementerio civil, descansa en la parte católica del cementerio de La Almudena bajo una pesada losa y una sencilla inscripción. A lo largo de este último año todas las veces que hemos ido al cementerio de la Almudena (y han sido muchas) siempre, siempre, la sepultura del viejo profesor se encuentra cuajada de claveles rojos. Claramente los madrileños seguimos acordándonos de él. Como en dijo en una entrevista cuando le preguntaron el porqué de su simbiosis con los madrileños:

“En el fondo soy también un pobre, yo soy también uno de los que protestan moralmente, estoy con ellos. Esto es lo que ha hecho que el pueblo me entienda y que yo entienda al pueblo”.

Desde aquí nuestro homenaje, Madrid te echa de menos viejo profesor, le haces falta.

 

Clara Redondo