El miedo a ser enterrado vivo

Uno de los mayores terrores que ha tenido el ser humano a lo largo de la historia es el de ser enterrado vivo. Ahora nos resulta casi imposible imaginarlo con la gran cantidad de aparatos electrónicos que confirman el final de tus días, pero antes de que estos existieran (y con enfermedades como la catalepsia) ese miedo era algo real. Los romanos, de hecho, esperaban hasta 8 días antes de enterrar a sus difuntos para asegurarse de que lo estaban, por ejemplo. También se utilizaba echarle vinagre o pimienta al fallecido en la boca, o quemarle con un hierro candente en los pies o el recto para comprobarlo.

En el año 1900 se daba un caso de “enterramiento vivo” al menos una vez a la semana, así que el miedo de la población, en el fondo, tenía su lógica.

Este miedo a ser enterrado vivo se llama tapefobia. Quizás podríamos decir que la mujer más tapefóbica de la historia fue Hannah Beswick (1688-1758). Después de haber vivido el “entierro” de su hermano y cómo un leve movimiento de párpados le habían librado de morir dentro del ataúd, ella decidió que no quería ser enterrada hasta que no se estuviera completamente seguro de que estuviera muerta. Su médico, Charles White, cumplió sus deseos embalsamándola y llevándosela a su despacho. Cada día comprobaba que siguiera muerta. Fue enterrada 110 años después, ya que al morir el doctor White, su momia fue cedida al Museo de Ciencia Natural de Manchester (donde fue exhibida) y enterrada en 1868.

Y cómo no, el miedo siempre es un buen negocio. Se sacan muchas y variopintas patentes para evitar este tipo de fallos, a cual más extravagante. Así que me sumergí en Google Patents para encontrarlas. 

Pantente Sin número – Baltimore, EE.UU.

“Ataúd para ser usado en caso de muerte dudosa” es el nombre que le da el señor Christian H. Eisenbrandt a su invención.

En él la solución es sencilla: sustituir las bisagras de la tapa por unos alambres más fáciles de desenrollar, y colocar en el lado contrario una placa de metal con la que se pueda hacer palanca. La tapa del ataúd a su vez tendrían unos cables de acero que actuarían como resorte desenganchando la tapa.

Desconocemos si llegaron a ponerse a la venta (en práctica sí porque no se hubiese aceptado la patente entonces, ¡ojalá haber visto esos ensayos!)

Patente 1.437 – Agosto 1868 – Nueva Jersey

Esta es toda una obra de ingeniería subterránea. El difunto sería enterrado boca abajo. En su mano, una cuerda unida a una campana exterior. Dentro, al tirar de la cuerda, una puerta de vidrio comunicada con una dependencia contigua, del mismo tamaño aproximadamente que el féretro, y provista de una escalera de ascenso, proveerá al difunto resucitado de libertad. Muy loco todo. Y aparatoso. Y maravilloso.

Patente 534.254 – Febrero 1895 – Dakota EEUU

Este invento es algo más sencillo, y se puede aplicar a cualquier tipo de ataúd: una tubería desde la superficie hasta el interior del féretro para que haya aire, dispuesto con material desinfectante para evitar la descarga de gases nocivos al exterior, además de una pequeña batería unida al cuerpo que al mínimo movimiento de este lanzaría una señal acústica al exterior.

Patente 572.119 – Diciembre 1896 – Varsovia, Polonia

En esta patente el Sr. Karnicki nos presenta una especie de “tapa” a poner sobre el montículo de tierra que tapará el féretro, tendrá una varilla conectada con este que al pulsar una perilla que se dejará cerca del pecho del difunto, y si este lo pulsa, esa varilla sacará una señal luminosa, acústica y una bandera hacia el exterior además de proporcionar oxígeno y quitar el sellado al féretro.

Patente 584.876 – Junio 1897 – Varsovia, Polonia.

El uso de este aparato es sencillo: Se colocaría sobre la tapa del ataúd enganchado por unos tornillos, y en el caso de despertarse, sonidos y luces saldrían al exterior, además de impulsar el cuerpo unos 45º y, dato importante, introducir luz en el féretro bien fuera de día o de noche a través de una bombilla, según describe su inventor “incluso podría leer un libro”. Además, proporciona a través de un tubo el oxígeno exterior para sobrevivir mientras el rescate es llevado a cabo. Pertenece también al Sr. Karnicki, y se presenta como mejora de la patente anterior.

Patente 652.934 – Julio de 1900 – Buffalo, EEUU

El invento consistía en colocar bajo el féretro un mecanismo que abriese la tapa del féretro y a su vez le fuese inyectando oxígeno, además de tener conectada una alarma sonora al no fallecido a través de unos cables eléctricos que se colocarían a lo largo de los brazos y hasta las palmas de la manos para detectar cualquier movimiento, incluso una leve respiración cuando el cadáver tenga las manos cruzadas sobre el pecho. Cualquier movimiento del cadáver cerraría el circuito y los dispositivos de señalización se pondrían en funcionamiento.

Paloma Contreras