Cementerio Kart-e -Sakhi,Kabul

Desde la guerra civil, que estalló en los años ochenta, por toda la ciudad han ido brotando de manera improvisada cementerios. Ya en los años noventa en el punto más cruento de la guerra el lugar para enterrar a los fallecidos era cualquier terreno que se pudiera encontrar. Sin embargo su cementerio principal es el Kart-e-Sakhi.

Pero hoy no vamos a hablar del cementerio en sí. Hoy no, hoy toca hablar de aquellos que sobreviven en esas tierras; generaciones que han crecido a golpe de metralla y que aún así se reinventan para poder llevarse algo a la boca.

Conocidos como los “niños del agua”, gracias a ellos los jueves y viernes el cementerio de Kart-e-Sakhi cobra vida. De todos es conocida la costumbre de mantener las tumbas limpias; nos gusta que nuestros seres queridos tengan las lápidas adecentadas y si es posible siempre con flores.

En Kabul la costumbre es la misma, aunque no por la misma razón. Para ellos mantener las tumbas limpias es mantener siempre fresco el recuerdo de los difuntos y los absuelve de los pecados que hubieran podido cometer en vida.

Ante esta necesidad por parte de la población, los niños del agua estuvieron avispados y se reúnen dos veces a la semana para limpiar las tumbas de aquellos que no pueden hacerlo de manera habitual.

El punto de reunión es la tumba de Bibi Jawaher, fallecida hace 27 años y cuya inscripción en la lápida está tan difuminada que hay que pasarle los dedos por encima para realmente saber quien mora allí.

Los niños comienzan su trabajo; algunas de la tumbas son limpiadas bajo petición del familiar quien paga una cuota extra para que limpien la tumba de su ser querido con cuidado.

Otras sin embargo son limpiadas bajo la picaresca de estos niños que buscan de una manera o de otra ganarse un poco de dinero. Aquí el trato no está escrito pero hay que cumplirlo; una vez vertida el agua hay que pagar. Los niños son niños y buscan diversión pero también se toman muy en serio su negocio. No en vano para ellos supone poder poner un plato de comida en la mesa de su familia; por cada cubeta de agua que vierten en una tumba pueden ganar unos 10 afganis, lo que cuesta una hogaza de pan, por ejemplo.

Por eso no es de extrañar que estos niños del agua estén mejor organizados que muchas empresas. Hacen equipos de trabajo, nunca dejan la tumba a medio limpiar y siempre, siempre la tumba-punto de reunión es lavada con mimo antes de irse a su casa.

Estos niños conviven con los que allí van; el cementerio se ha convertido en punto de reunión para muchas personas. Enamorados furtivos que buscan intimidad, estudiantes que necesitan silencio para memorizar sus apuntes, hombres y mujeres que departen de lo humano y lo divino, adolescentes que buscan poder hablar por teléfono sin el acoso de los hombres e incluso un vendedor de algodón de azúcar se desplaza hasta aquí en su bici para endulzar un poco la vida de los visitantes.

Toda esta vida que hace que los niños del agua puedan ganar algo de dinero, sumado a los murmullos de los que visitan este gran cementerio hace que se olviden en muchos casos de las miserias y el dolor que hay fuera de estos muros.

Clara Redondo