Te odiaré hasta el más allá
No siempre las historias de amor tienen un final feliz, a veces, incluso más de lo que nos creemos, las desavenencias conyugales están a la orden del día. En este caso nuestros protagonistas de hoy han pasado a la historia por perpetuar su odio conyugal post-mortem.
Salvador María del Carril y Tiburcia Domínguez eran un matrimonio de la alta sociedad argentina. Quizás los 29 años de diferencia entre él y ella pudiera parecer un factor a tener en cuenta, pero la verdad es que ellos se amaban, por lo menos al principio.
Cuenta la historia que Salvador era un hombre adusto y ahorrador y Tiburcia era completamente distinta a él, risueña, y quizás un poco derrochadora. Salvador le reprochó reiteradamente a su esposa sus excesivos gastos, pero ella hacia oídos sordos y seguía derrochando.
Hasta que llegó el día en que Salvador, enfurecido, mandó publicar en los diarios de la época una reseña en la que decía que desde ese día ya no se hacía cargo de las deudas ocasionadas por los gastos que pudiera ocasionar su mujer.
Esa fue la gota que colmó el vaso, y la historia de amor entre Salvador y Tiburcia pasó del amor a la inquina haciendo que no se dirigieran la palabra durante los siguientes 30 años.
En 1883 fallece Salvador y su viuda manda construir un majestuoso mausoleo donde yacerían los restos de su marido; en él se puede ver a Salvador sentado en un imponente sillón, dirigiendo altiva su mirada hacia el horizonte.
En los años que le quedaron de vida, Tiburcia se dedicó gastar, bueno más bien a dilapidar, ya que hizo que le construyeran un palacio para el cual no reparó en gastos: tres plantas, abundantes dependencias para acoger invitados, y además darse el capricho de contratar al paisajista Carlos Thays para diseñar el parque.
A este palacio le siguieron fiestas, tertulias, reuniones sociales, joyas, viajes, etc.
Pero Tiburcia seguía sin perdonar la ofensa que le hizo Salvador y en su testamento dejó escrito “no quiero mirar en la misma dirección que él”. Cuando fallece, Tiburcia es representada de espaldas a su marido por un sencillo busto que refleja energía, firmeza y convicción.
El mausoleo de nuestros protagonistas se puede visitar en el cementerio de La Recoleta (Buenos Aires) y aunque es curioso de ver, lo que más llama la atención es que a pesar de los años trascurridos parece que entre ello sigue habiendo odio e indiferencia.