El cabaret de la Muerte era un local con espectáculo, establecido en París en 1892 y que provenía de Bruselas, donde fue inaugurado.
Formaba parte de una corriente de la época, el cabaret filosófico, y junto al Cabaret del Cielo y el Cabaret del Infierno, formaban un trío que se podía visitar seguido. De Cabaret de la Muerte pasó a llamarse Cabaret de la Nada, ya que este nombre hacía menos tétrico y más atractiva la visita.
La fachada del local era íntegramente negra decorada con escenas que desde el primer momento nos indicaban dónde íbamos a entrar.
Al traspasar la puerta, un olor a cera, flores de velatorio y tierra húmeda, acompañados de gritos destemplados y plegarias nos daba la bienvenida. A través de un estrecho pasillo oscuro, tapizado con figuras mortuorias, huesos, cruces, lápidas, guadañas y féretros entreabiertos los visitantes eran conducidos por un enterrador hasta una gran sala, la cual, iluminada con una luz mortecina, nos dejaba ver una sala llena de ataúdes que servían de mesa, todo esto ambientado por sonidos de llantos y quejidos. En el reloj, sonaban las 12.
El enterrador, vestido de frac, entregaba a cada uno de los visitantes un cirio a los que le dedicaba siempre unas palabras “a ti, gusano de tierra”, “a ti, moribundo en vida”, ”a ti, espectro viviente”…
Entonces, el enterrador se dirigía a los allí presentes de manera ceremoniosa “Hombres y mujeres que pronto habéis de dejar este mundo de vicios, ¿qué tomáis para apaciguar vuestra sed de placer?”
Una voz también dice “¡Señores y señoras, si quieren pueden hacer su testamento. Morirán cualquier día, hoy de un ataque al corazón, mañana pueden estar sus parientes velándoles…Sí, moriréis, moriréis aunque no sea vuestro deseo, os separaréis de vuestros seres queridos, las madres de los hijos, los hermanos de las hermanas, los novios de las novias…”
Quien dice todo esto es el sacerdote, ataviado con una sotana negra y de cara pálida y ojos hundidos.
El ritual comienza. Las paredes de la sala en la que nos encontramos están llenos de huesos formando diferentes adornos, y en cada esquina de la sala un monje vestido de blanco con una vela negra en la mano completan la decoración.Sobre las mesas-ataúdes se van colocando las bebidas ya consumidas y el sacerdote, fémur en mano, va rezando cosas ininteligibles para, de vez en cuando, buscar respuesta en el público gritándoles “Tú, animal de la tierra!” “¡Tú, pecador inmundo, contesta!”
Cuando los cirios que se han entregado al principio están casi derretidos y apenas hay luz en la habitación, el sacerdote continúa: “Mirad con esos ojos que se comerán los gusanos, este cuadro”. Una calavera brillante proyecta una luz sobre él, en el que podemos ver un pierrot cantándole a la luna. Pero la luz va desapareciendo y ahora ya no es un pierrot sino la muerte sobre un campo de vegetación la que canta a la luna. Otro cuadro representa a dos soldados atravesando a sus enemigos con una bayoneta que, gracias a la incidencia de la luz, pronto se transforman en dos esqueletos. En un tercer cuadro, podemos ver a esqueletos y féretros bailando el can-can; aunque la obra maestra es la llamada “amor histérico”, en el que dos esqueletos hacen el amor al pie de un mausoleo que representa a Cupido.
Desde el fondo, en una esquina de la estancia, uno de los féretros se abre por un lado; de él sale la mano de un cadáver que nos busca, se agita nerviosa, se escucha su respiración agitada, los ahogos, rascar en la madera, golpes…la mano deja de moverse, cae arañando el suelo.
“Así sufriréis si os entierran vivos…os ahogaréis, gritaréis, pero será en vano…ella, la compañera del hombre no os dejará partir…¡Amén, amén, amén!”
La visita continua a través de pequeños pasillos llenos de nichos y lápidas, con apenas iluminación. Llegamos a una nueva sala, donde un viento caliente con olor a formol invade la estrecha habitación. Al fondo de la galería, un féretro colocado de pie espera el cadáver mientras suena la Marcha Fúnebre de Chopin.
Un hombre alto y también vestido de frac, se coloca dentro del ataúd, y es cubierto por una sábana blanca. El cuerpo va desapareciendo al trasluz dejándonos ver un esqueleto; este desaparece, dejando la sábana suspendida de un clavo, volando en el aire.
Las Tentaciones de San Antonio, un verdugo de la Inquisición y El entierro de un pobre diablo son los frescos que adornan esta habitación. El sacerdote, que sigue mascullando oraciones, nos invita a sentarnos en unos bancos de piedra fría.
“¡Sentaos, no os doláis por el frío, que más frío será el nicho en el que descansaréis mañana!”
Sobre una mesa un esqueleto repasa un libro, mientras un pequeño conejo blanco juega a su alrededor; una monja sacude un plumero en su cráneo, que suena como un tambor; un poco más allá, una mujer se presenta desnuda… y de repente, desaparece todo, se llena de luz la habitación y estamos en un salón blanco, no hay sacerdote, ni ataúd ni frescos en las paredes.
Una flecha roja señala la salida del Cabaret de la Muerte.