El perro Paco
Como buenos gatos madrileños, hubo una época en la que nuestra vida fue “dirigida” por los gustos de un perro.
“En apariencia es un perro; pero no puede asegurarse que no sea otra cosa o haya sido. Lo mismo puede ser un ex personaje que un ex bohemio. Es negro azabache, de regular tamaño, y lana entrefina; de raza mezclada de Terranova, y no sé si asturiana. Sus ojos brillantes tienen más expresión que los de un tenor de ópera italiana. Ha viajado mucho, según suponen algunos hombres que alternan con él”
Paco, antes de serlo, era un perro callejero al que le gustaba pasear entre la Carrera de San Jerónimo y la Puerta del Sol. Un día, decidió entrar en el Café de Fornos a ver si sacaba un mendrugo de pan. El marqués de Bogaraya, que llegó a ser alcalde de Madrid, le ofreció un hueso, que el perro aceptó de sumo grado. Las buenas lenguas dicen que le puso al perro de nombre Paco por ser el día de San Francisco de Asís cuando entró en el Café; las malas, que le puso ese nombre por recordarle su cara a uno de sus enemigos.
Como el marqués era asiduo comensal del Café Fornos, Paco se pasaba por allí todos los días a ver si conseguía algo. Si no pillaba cacho, cruzaba al Café Suizo a probar suerte, donde siempre encontraba un terrón de azúcar o un trozo de bizcocho ofrecido por los tertulianos allí congregados. Así que Paco se fue haciendo asiduo parroquiano, y adoptado, sin casa, primero por la aristocracia y al final, por el pueblo de Madrid entero. Fue objeto de poemas, artículos, una polka (que fue compuesta con el perro delante, y dio su beneplácito a la pieza al final de esta) y canciones; incluso el rey Alfonso XII le escribió un pequeño libro, Memorias autobiográficas de don Paco.
Paco se relacionó con lo más distinguido de la sociedad madrileña; tenía amigos y protectores en todos lados. Le invitaban al teatro, la zarzuela y los toros. Estos últimos eran lo que más le gustaba. Los días que había corrida, llegaba hasta la plaza caminando con el resto de aficionados, y ocupaba su localidad en el tendido del 9. Se hizo también crítico taurino, ya que si la faena no le gustaba, llenaba de ladridos la plaza, que enseguida eran acompañados por los silbidos del personal.
Fue su afición a los toros la que lo mató. Una tarde, un novillero que tenía una mala tarde, se encontró que Paco bajó hasta el ruedo para recriminarle la faena. El novillero, nervioso ante la faena y la reprimenda, le metió un estocazo a Paco hiriéndolo casi de muerte. Imaginaos. Todos los allí reunidos querían matar al novillero torpe.
Pese a que intentaron recuperarle, Paco murió a los pocos días por culpa de las heridas causadas por el estoque. Fue disecado y expuesto en el Café, e incluso se decidió recaudar dinero para enterrarlo en El Retiro y hacerle un monumento conmemorativo. El pueblo de Madrid se volcó en esta ofrenda. Tanta fue la recaudación que … alguien desapareció con ella. Paco nunca tuvo su monumento conmemorativo. Ni su tumba señalizada. Está enterrado en el Parque de El Retiro, pero nadie sabe su ubicación.