Una tumba con vistas, de Peter Ross
Una tumba con vistas no es un libro sobre cementerios, es un libro sobre personas que aman los cementerios.
Sobre personas que tienen “su cementerio” y Peter Ross ha ido a escuchar sus historias. Enterradores, jardineros, voluntarios, guías, amantes de las ardillas… personas que disfrutan tanto de lo visible a través de las majestuosas tumbas como de lo invisible, esas historias desconocidas que encuentras porque lees una lápida y te interesas por ella. Y ay, amigo, una vez que una inscripción te ha llamado, ya no puedes parar de buscar esas vidas desconocidas que tampoco van a parar de llamar tu atención.
Yo creo que los muertos son como les gato de un amigo cuando vas a su casa por primera vez. Al principio ni se acerca a ti, te vigila desde lejos. Según vas yendo más veces y te reconoce, coge confianza hasta que acaba sentado en tu regazo. En los cementerios pasa lo mismo. Los muertos no van a acabar sentados en tu regazo, pero si eres un visitante ocasional te llamaran la atención la primera vez las grandes tumbas; según vas volviendo al mismo lugar, las más pequeñas empiezan a reclamar tu atención porque también quieren contarte su historia.
Si con estas palabras os parece que se me ha ido la olla, Una tumba con vistas está lleno de gente sin cacerolas. «Vanpiro esiten», y Tafófilos, al menos en Reino Unido, también.
No puedo decir más que he gozado el libro como una enana. Además de conocer a muchos de los protagonistas porque ya los seguía en Twitter casualmente, he visitado varios de los cementerios que aparecen en el libro y también reconozco algunas de las tumbas de las que habla. Pero de los que no he visitado la sensación es la misma, es como estar allí paseando con Peter y su acompañante y vivir el momento como una testigo silenciosa y disfrutona.
Al hacer las visitas por el cementerio, la gente siempre nos pregunta cómo nos enterraríamos nosotras. De broma siempre decimos que queremos un panteón con todos los símbolos funerarios posibles para que en un futuro unas guías se peguen hablando de nosotras dos horas. Dublineses, un capítulo del libro, está dedicado a Shane, guía del cementerio de Dublin, y me ha hecho sonreír, aunque la historia es muy triste, me parece precioso que tenga un capítulo entero dedicado a él, al guía del cementerio.
No quiero contar ninguna de las historias que hay dentro porque tenéis que descubrirlas. Yo creo que al dedicarme a esto he leído el libro con unos ojos diferentes: sé lo que significa fijarte en una lápida porque sí, apuntar su nombre, pegarse horas en la hemeroteca y descubrir una historia fascinante y desconocida. Sé lo que es ir dejando flores en tumbas de gente que no he conocido porque sí, porque me apetece, porque me caen bien. Sé lo que es pararse a hablar con las personas vivas que te encuentras en el cementerio, escuchar sus historias, a veces reírte, y ver cómo les ha ido cambiando la cara después de hablar un ratito contigo. Sé lo que es obsesionarte por una tumba y no parar hasta que la restauren (Proyecto Azucarillos para restaurar la de Chueca), y no os digo lo de obsesionarte con una historia hasta que descubres la verdad (Maravilla Leal). Sé lo que es sentir que un cementerio es “tuyo” y pasear por él respetándolo, cuidándolo y enseñándoselo a todo el mundo como si de verdad fuera tu casa. Sé lo que es tener las llaves de un cementerio.
Para mi este libro derrocha amor desde la primera a la última página (y pese a que soy una tipa dura se me han saltado las lágrimas tres veces). Es un libro cómodo y calentito, pese a estar lleno de piedras talladas.
He ido sintiendo un pequeño duelo cuando he notado que mi mano izquierda ya soportaba más peso que la derecha; pero a la vez, llegar al final de este libro significa devolver a la vida a todas esas personas nuevas que has conocido en sus páginas. Como en Coco, cada persona que lea Una tumba con vistas será una sólida piedra más en el puente de no caer en el olvido. Gracias, de verdad por este libro tan bonito.