Mujeres Ilustres: María Domínguez Remón
María nace en Pozuelo de Aragón, una pequeña población de Zaragoza. Hija de jornaleros del campo que no sabían leer ni escribir, enseguida pusieron a trabajar a su hija con ellos. Ella espigaba, vendimiaba o vareaba olivos, lo que le mandaran. Pero en sus ratos libres, aprovechaba para deletrear todos lo que cayese en sus manos: folletos, libros de cuentos, romances de ciego… le encantaba leer. En cambio, a su madre le enfadaba mucho que lo hiciese, alentando a su padre para que la regañara por hacerlo:
¿Pero, le vas a consentir que aprenda a leer?- decía, escandalizada, a mi padre. Y mi padre, sonriendo, contestaba: “Ya no tiene remedio, mujer, ya sabe”.
Cada uno de sus progenitores la educaba a su manera: su padre le contaba historias sobre la vida de los santos mientras la madre preparaba la cena, y ella la educó en la más estricta sumisión y religiosidad hasta el punto de que en el pueblo llegaron a llamarle “María La Tonta” porque siempre iba mirando al suelo, por orden de su madre, para no cruzar la mirada con ningún hombre.
A los 18 años la casaron por conveniencia con un muchacho de otro pueblo. El marido no trabajaba, bebía y la maltrataba. Lo aguantó 7 años. Un buen día salió por la puerta de su casa dejando el único dinero “familiar”, dos reales, se fue a casa de una amiga, le pidió dinero y a pie por el monte, huyó del pueblo.
Llegó hasta Cortes, en Navarra. Allí cogió un tren que le llevó hasta Barcelona. En la ciudad condal se alojó en casa de unos conocidos del pueblo. Su marido la denunció por abandono del hogar.
Una mañana, mientras salía de la casa de estos amigos, un señor se le acercó y le preguntó si en esa escalera “vivía alguna persona forastera”. Ella contestó que no lo sabía pues llevaba tan sólo dos días viviendo allí porque había venido de fuera. Aquel hombre se rió y se marchó. Era policía y había llegado hasta allí por la denuncia de su marido. Vio en María a alguien tan inocente y bueno, que volvieron a la casa para decirle que llevaba razón a la hora de separarse de su marido y que le ayudarían a hacerlo, no la iban a perseguir más.
Estuvo durante un año sirviendo en Barcelona. Sus padres estaban muy disgustados y en desacuerdo con la situación y querían que volviese a su casa con su marido. Fue su padre a buscarla a Barcelona y regresó al pueblo. Allí volvió a convivir con su marido, que la maltrató el doble. Esta vez sólo aguantó una semana antes de coger la puerta e irse a Zaragoza primero, y a Barcelona de nuevo después. Durante ese tiempo el marido la perseguía incansablemente haciéndole la vida imposible. Al final se cansó y rehizo su vida con otra mujer.
Esto fue una liberación para María. Se compró una máquina de coser y con ella se ganaba la vida, sin necesidad de servir ni trabajar en el campo. Y aprovechó para leer todo lo que no había podido devorar en todo ese tiempo. Leyó y escribió, sin intención de que la publicaran, pero sí como desahogo a la mala vida que había llevado.
Un día se le ocurrió enviar uno de sus artículos a El País. Era un grito de protesta de una campesina, y lo publicaron. Y se le abrió el cielo: ¿Podía publicar en un periódico?. Y pudo. Publicó sus escritos durante cinco años en “El Ideal de Aragón”, además de en “Vida Nueva” de Madrid y otros periódicos nacionales.
Un amigo suyo, maestro, le ofreció una plaza de maestra en Mendiola, uno de los pueblos del Valle de Baztán. Soltó la máquina de coser y se fue para allá. Estaba muy ilusionada, pero no sabía si iba a servir mucho pues ella leer, se lo había leído todo, pero no sabía hacer una regla de tres.
La solución la encontraron rápido: Abría el colegio a las 7 de la mañana. Cerraba a las 10. A esa hora salía de Mendiola camino de Almando, a pie, para que su amigo le explicara la lección que debía dar por la tarde. Volvía a Mendiola, abría la escuela a las 13h, cerraba a las 15h, y se volvía a Almando a que le explicaran la lección que debía dar a la mañana siguiente. Cinco horas al día era maestra, cuatro caminante y dos alumna. Jornadas de 11 horas que además compaginaba con el estudio para entrar en la Escuela Normal de Pamplona.
Consiguió entrar en la Escuela, pero cayó enferma y el médico le recomendó que se fuera de allí porque le sentaba mal el clima. Vuelta para Zaragoza, otra vez la máquina de coser es su mejor amiga para ganarse la vida.
Aún así, aprovecha para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios por la noche, ya que la Escuela Normal sólo daba clases de día y ella trabajaba; allí estudiaba las asignaturas que le podían resultar más difíciles para sacarse el título de Magisterio y el resto, en casa.
Es el año 1918. Hace 365 días este dato no hubiese supuesto nada especial en nuestras mentes, pero 2020 nos ha hecho tenerlo muy presente: Una noche, al salir de la Escuela, sintió un escalofrío. Al día siguiente una fiebre muy alta. Tenía la famosa gripe, que la tuvo postrada un año y medio. Sus amigos del periódico el Ideal de Aragón se deshicieron en ayudarla: comida, medicamentos, médicos… Se salvó pero se llevó las ilusiones de hacerse maestra definitivamente. El médico le prohibió “realizar trabajos intelectuales” durante mucho tiempo.
Volvió al pueblo con sus padres. Coser, espigar, vendimiar… vuelta al pasado del que había querido huir tantas veces. En 1926 vuelve a casarse gracias a que su primer marido había fallecido.
Se van a vivir a Gallur, un pueblo muy cercano al suyo, y allí María empieza a interesarse por la política e intervenir de manera activa en ella. Creó la sección local de la Unión General se Trabajadores, además de hacer una viva defensa de la República los últimos años de la Monarquía a través de sus artículos en el periódico.
Y a todo el pueblo le pareció bien que la nombraran alcaldesa. Preguntados a varios vecinos si no les resultaba molesto que fuese una mujer quien les mandara, su respuesta era que “valía por bastantes hombres”.
Crea escuelas y promueve que los niños y las niñas reciban los mismos estudios durante el año que está al cargo del Ayuntamiento. Y gracias a ella, al año siguiente, en 1933, 16 mujeres toman el puesto de Alcaldesa en diferentes pueblos de España, cargo que sólo habían ostentado los hombres hasta el momento.
Ella sigue estudiando, retirada de la vida política en primera línea, para aprobar unas oposiciones a Inspectora técnica de Trabajo. Es invitada a homenajes como la primera alcaldesa de España que fue, pero prefiere seguir teniendo una vida tranquila entre sus libros y escritos.
En 1934 forma parte de una antología llamada “Opiniones de Mujeres”, con prólogo de Hildegart, la mujer del momento.
Y llega 1936. Una mujer republicana no está a salvo, así que se refugia en casa de su hermana en su pueblo de nacimiento, Pozuelo de Aragón. El 7 de septiembre de 1936 es fusilada en las tapias del cementerio de Fuendejalón, un pueblo muy cercano al suyo.
Y María Dominguez Remón desaparece de la historia de España hasta mediados de los años 90. Es muy probable que esto fuera porque María fue una gran defensora de la igualdad de la mujer, la escolarización de niños y niñas, el sufragio femenino, la libertad de pensamiento, y ante semejante rebelión, lo mejor ha sido siempre silenciarnos.
Actualmente tiene una calle en Zaragoza capital y la escuela municipal de Gallur y una de las calles también llevan su nombre.