El ajetreado entierro de Voltaire
Voltaire era un hombre muy hipocondriaco. Estaba obsesionado con el día de su muerte y lo que pasaría después de ella, pero no en el sentido espiritual, sino en el cárnico, con su cadáver.
La Francia del siglo XVIII, dominada por la Iglesia, castigaba a todos aquellos que no hubiesen sido “agradables” a los ojos del clero durante su vida con un indignísimo entierro en el fango del Sena.
Así lo había vivido con su amiga Adrienne Lecouvreur, actriz que no renunció moralmente a su profesión antes de morir. Voltaire le dedicó un desgarrador poema a esta falta de humanidad por parte de la Iglesia.
Pero claro, un hombre que había estado toda su vida defendiendo la razón y la libertad, poco podía hacer por enmendar sus pecados, aparte de que tampoco tenía muchas ganas de poner de su parte.
Cayó enfermo en un viaje a París, posiblemente de cáncer de próstata. Allí, viéndose morir, intentó hacer una pequeña confesión que le abriera lo justo las puertas del cementerio para pasar: “Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, no odiando a mis enemigos y detestando la superstición”.
Para el jurado de Miss España igual hubiese entrado de cabeza, pero para la Iglesia, que se había pasado todo el tiempo escuchando que la religión era una superstición de sus escritos, pues no le acabó de convencer esta confesión y le negó la cristiana sepultura.
Pocos día después, un cura local escribe a Voltaire para ofrecerle confesión y así poder morir en paz. Voltaire acepta a recibirle viendo que esta va a ser su última oportunidad de morir con todas sus ofensas perdonadas, pero empieza a vacilar al cura sin aceptar la fe, sin contarle los pecados y termina la faena rechazando la comunión con la excusa de que estaba escupiendo sangre todo el rato y le parecía obsceno mezclar la suya con la del Todopoderoso en el momento que bebiera el vino.
Y esto es todo lo que consiguió la Iglesia de él, porque pocas horas antes de morir, le dijo al cura “Déjeme morir en paz” y se dio media vuelta.
El cura tenía tal cabreo que no había manera de convencerle de que hiciese la vista gorda y dejase que lo enterrasen dignamente en un cementerio, pero por otro lado el jefe de policía y las mismas altas esferas religiosas sabían que no podían tirar a la basura el cadáver de Voltaire porque el pueblo se iba a enfurecer. Y eso que aún no se habían aficionado a la guillotina.
Así que entre todos decidieron, con el apoyo de la familia, lo siguiente: vestirían a Voltaire como si estuviese vivo, lo meterían en un carruaje y lo llevarían hasta Ferney, cerca de la frontera con Suiza. Así, al menos, quedaba lejos de París y de la exposición pública a qué ocurriría con sus restos.
Pero el sobrino de Voltaire, abad de un monasterio, no estaba seguro de que las autoridades de Ferney fueran a permitir el entierro cristiano si este no había sido permitido siquiera en París, amén de que igual el viaje, de 465 km, no iba a dejar el cadáver en muy buen estado. Su idea fue llevarlo al monasterio en el que él era abad y enterrarlo en la capilla, que al menos no era el basurero.
Unas horas después de acabar de tramar el plan, Voltaire fallece. Durante la autopsia, un boticario se llevó un trocito de cerebro en un bote y su amigo el Marqués de Villette su corazón.
Después de la autopsia, el sobrino cogió el cuerpo, lo metió en un carruaje y se lo llevó a su monasterio. Allí tampoco le costó mucho como abad convencer a los dos únicos monjes que convivían con él de enterrar a Voltaire en la capilla, así que allí descansó desde el 2 de Junio de 1778.
Pero llegó la Revolución Francesa, y 11 años después de la muerte de Voltaire la Iglesia perdió muchos de sus privilegios y su cadáver corría peligro donde estaba enterrado.
El Marqués de Villette, que desde luego amaba a Voltaire sobre todas las cosas, cambió su nombre por Ciudadano Villette y se lanzó a defender las ideas revolucionarias del momento y las de su amigo.
Villette quería que los restos de Voltaire descansaran en la Iglesia de Santa Genoveva, en construcción en ese momento. Como aún no había sido consagrada, el gobierno revolucionario decidió que podía ser un gran lugar para crear una especie de catedral secular para enterrar allí a los héroes franceses, sin que la Iglesia influyera en nada. Y así es como nació el Panteón de París.
Los restos mortales de Voltaire fueron los segundos enterrados allí, el panteón lo inauguró lo restos de Mirabeau.
El 11 de Julio de 1791se celebró un gran funeral en Paris donde estudiantes, actores, músicos y militares portaban estatuas, retratos y las obras completas de Voltaire hasta el Panteón de París donde descansa desde entonces.